Con el circuito ya en marcha, disfrutando los tenistas del edén que es ahora mismo Australia y su incidencia nula de coronavirus –ayer, segundo día sin un solo contagio–, los románticos de la raqueta se ilusionaron con una última hora que nunca llegaba. Roger Federer vuelve, si bien su regreso no será en Melbourne porque ya renunció hace semanas al primer Grand Slam de la temporada. Una vez ha asimilado las señales que le manda la rodilla derecha, operada dos veces en 2020, el suizo ha programado su vuelta para el torneo de Doha, un ATP 250 que se celebra a partir del 8 de marzo y que, pese a ser un evento de rango menor, acostumbra a reunir raquetas con pedigrí por el dinero que se reparte en ese rincón del planeta. Reaparece el genio más de un año después, siendo la foto que ilustra esta información la última vez que se le vio competir en una pista, el 30 de enero de 2020 (el 7 de febrero participó con Rafael Nadal en una exhibición en Sudáfrica). Fue, precisamente, en la Rod Laver, semifinales de Australia contra Djokovic. «Por primera vez tengo la sensación de que mi rodilla está lista para volver a jugar torneos. Tienes que estar mental y físicamente preparado para jugar cinco partidos en cinco días, por ejemplo. Por eso, vuelvo al torneo de Qatar en Doha», explicó el campeón de 20 grandes a la radio SRF. Federer siempre ha utilizado a los medios suizos para revelar sus planes y secretos. Cinco del mundo todavía porque la pandemia le ha beneficiado en ese sentido, ya desveló en diciembre que no evolucionaba lo suficientemente bien como para jugar en Australia, torneo que no se perdía desde 1998. Se dijo que renunciaba principalmente porque en el país oceánico era imperativo pasar una estricta cuarentena y no quería estar tanto tiempo alejado de su mujer y de sus cuatro hijos, pero era la rodilla la que mandaba. «Llevo mucho tiempo pensando en cuándo y dónde volver. Australia era demasiado pronto», reflexionó en voz alta, el primero en asumir que un Grand Slam como el de Melbourne, con dos semanas durísimas, partidos a cinco sets y calor terrible era demasiado tute. «Quería regresar en un torneo más pequeño, donde el estrés sea un poco menor», reconoció. Volverá para ganar, para ser de nuevo protagonista en las tardes de domingo, pero es cierto que nota el peso de los años, qué menos.En agosto cumplirá cuarenta y quiere volver a intentarlo, aunque corre el runrún en el vestuario de que este 2020 podría ser el final de una carrera esplendorosa. Con Wimbledon entre ceja y ceja, el jardín que le abrió la puerta del paraíso, Federer no se olvida de los Juegos Olímpicos de Tokio, fundamentales para él porque selló en 2018 un megacontrato de 300 millones de dólares por diez años con la marca japonesa Uniqlo. «Sin machacar el cuerpo» Ya en 2017, Federer regresó a las pistas después de un parón de seis meses y lo hizo a lo grande, pero el cuerpo, dice, ya no está igual. En cualquier caso, no ha perdido interés por el tenis –«Pensé que con mis hijos y la rehabilitación estaría ocupado de sobra, pero me sorprendió seguir verificando resultados y viendo partidos», apunta–, aunque ya vislumbra su jubilación. «En el futuro quiero poder ir a esquiar con los niños y con Mirka. O ir de excursión, jugar baloncesto o empezar a jugar al hockey hielo: todavía tengo muchos sueños. Para eso necesito un buen cuerpo y no quiero machacarlo».
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