
Obsesionarse con la Champions suele ser más contraproducente que efectivo. Messi y su «deseada» nunca han vuelto a bailar desde aquellas líricas palabras del argentino y el PSG, un rodillo de entrenadores en su caza desde la llegada de los petrodólares, no había pasado de octavos hasta la temporada pasada. El Chelsea, en cambio, accedió por primera vez en su historia a ella en 2012, casi de casualidad, porque en una competición tan indescifrable como esta la pizca de suerte siempre entra en la ecuación. Con Roberto Di Matteo al mando como interino tras el despido de Villas-Boas, los londinenses avanzaron en la temporada y de manera sorprendente acabaron venciendo al Barcelona de Guardiola en las semifinales y al Bayern...
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