«Aquí es muy complicado que la gente entre. O vienen a propósito o, en cuanto asoman la cabeza, se dan media vuelta. Y eso que mira dónde estamos: en pleno centro». Desde la pequeña garita de seguridad en la que ejerce su trabajo como conserje, Joaquín se enfrenta al –a veces tan lento– paso de las horas. Resuelve las dudas de algunos de los inquilinos de las cuatro decenas de pisos turísticos que se asientan en las plantas superiores del edificio, saluda a los cinco «vecinos de toda la vida» y observa la actividad de los locales comerciales contiguos: una tienda de tatuajes, otra de envíos, un pequeño supermercado y varios restaurantes. Joaquín trabaja en el Pasaje del Comercio , la galería comercial más antigua que resiste en Madrid, datada de 1846, aunque casi nada queda del lustre que, hace ya dos siglos, tuvo el enclave, punto de encuentro de la alta burguesía. Estas zonas comerciales, surgidas en París, pronto tuvieron sus imitaciones en las grandes villas europeas. Madrid no se iba a quedar atrás: eran símbolo de la opulencia , de desarrollo, una nueva forma de mercadear vinculada siempre al lujo y a la vida social. Solo en la década de 1840, Madrid inauguró cinco pasajes, todos ellos alrededor de la Puerta del Sol, pero con el paso de los años el centro de la capital llegó a albergar una veintena. Aunque el éxito rápidamente se esfumó, con la llegada de los centros comerciales, y el lustre que tuvieron los pasajes –como todavía mantienen en la capital francesa, Londres o Milán– se apagó. En la actualidad, solo cinco de ellos sobreviven olvidados entre las principales calles de la urbe, siendo grandes desconocidos para los paseantes. Los que resisten lo hacen a duras penas. Noticia Relacionada estandar Si La gran metamorfosis de Montera: de cuna de la prostitución a calle cinco estrellas Carlota Barcala La céntrica vía acoge el desembarco de dos grandes hoteles de lujo, en solo cinco meses, y la apertura de tiendas en locales que llevaban años en desuso Una bandera de Venezuela da la bienvenida al Pasaje del Comercio, conexión entre la calle de la Montera y la de las Tres Cruces. Así es, precisamente, como ahora se conoce a esta suerte de atajo en las reseñas de internet, un oasis desapercibido entre el bullicio. «El pasaje de los venezolanos en Madrid », puede leerse en varios comentarios, debido al origen de los productos que venden o a la nacionalidad de los dueños de las tiendas abiertas. Revitalización «Antes había una peluquería y en la esquina, una tintorería. Todavía está el cartel», recuerda Joaquín. Luego, llegó un negocio de arreglos de ropa y hasta un Compro Oro que echó el cierre al poco tiempo. Pero años atrás, el Pasaje del Comercio destacaba por ser el pasadizo de Madrid con más librerías. «Todo eran librerías pequeñas», explica Joaquín, testigo directo del paso de los años. El pasaje, ahora convertido en callejón para quienes saben que su puerta tiene salida a la otra calle –«la gente, tal como entra sale», subraya él–, se ha quedado encajado entre las tiendas de souvenirs, moda o complementos. Limita, incluso, con el recién inaugurado hotel Thompson , de lujo, lo que algunos de los comerciantes esperan que ayude a revitalizar y a que más clientela entre a esta galería al aire libre. Pasaje del Comercio, con tiendas de productos venezolanos; tienda del pasaje de los relojeros, en Carretas; y locales cerrados de la Gran Galería Isabel Permuy A poco más de setecientos metros, la Gran Galería de Gran Vía (aunque en realidad conecta San Bernardo con Isabel la Católica) se ha quedado marginada por las franquicias y modernas tiendas que abren en la principal arteria del centro. Esta es la gran representante de los pasajes del siglo XX, construida exactamente un siglo después que el del Comercio. «Un paso adelante en el progreso constructivo madrileño» lo describen las páginas de ABC de la época. Antonio desliza una bicicleta plegable por el suelo serpenteante de la Gran Galería. En su parte trasera, la que da a Isabel la Católica, el cartel de 'se alquila' invada las fachadas acristaladas de la mayoría de establecimientos. Este vecino habla «con cariño» del Daiquiri. «Que no tenía nada que ver con el alcohol. Era el mejor sitio de meriendas, se abrió al poco de que se inaugurase», dice este octogenario. En medio del trazado curvo se reunían todos los moradores. Ahora, en su paseo con la bicicleta, no se cruza con ninguno. «Esto estará en pie hasta que alguien lo compre y lo cierre para hacer más pisos», concluye el morador. Los precios Ese es el miedo que se contagia también en el número 8 de la calle de Arenal. Con salida a Tetuán, José ha visto cómo la zona comercial se ha reducido dos plantas hasta limitarse a la baja y la primera. El museo del Ratoncito Pérez es lo que la mantiene viva. «En los dos locales que dan a la calle no para de entrar gente. En los de dentro, poca cosa. Ese es el problema, que no se ven», explica este conserje, que habla también de la diferencia de precios. «Uno de dentro puede pagar un alquiler de 1.500 euros, que para estar aquí es barato. Los de la calle, no bajan de 23.000», apunta él. 1846 fecha en que Mateo Murga construyó el Pasaje del Comercio, el más antiguo con actividad en Madrid, entre la calle de la Montera y las Tres Cruces. La Puerta del Sol se convirtió –y se mantiene– como epicentro de la zona comercial, por eso estas galerías afloraron a su alrededor. En el número 12 de calle de Carretas, desde hace 40 años, Manuel regenta una relojería en el pasaje conocido como el de los relojeros por las pocas tiendas que se mantienen, dando salida a la calle de la Paz. Antes había bares, tiendas de ropa e incluso de discos, pero todo eso desapareció. Las que resisten, parece que permanecen ancladas en el tiempo, en un espacio protegido pero sin inversión. «Como en la calle ya no hay relojeros, gracias al boca a boca las personas vienen aquí. Además, damos servicio a relojerías de barrio como proveedores de repuestos», dice el dueño del negocio. Puede que la especialización sea lo que salve a estos pasadizos, para recuperar la vida y el ambiente que un día albergaron. Es el caso del pasaje que une Montera con Aduana, el último de los que aguantan, y el menos antiguo, inaugurado en 1967. El gremio, en este caso, es el de los joyeros , y también solo el boca a boca y los que se dedican a esta profesión se adentran en él. Aunque en declive, al menos, estos pasajes resisten. Suerte distinta corrió el de Espoz y Mina, en 1847, donde ya nada queda del techo de metal y cristal del Pasaje de Matheu, ni de sus tiendas y cafés de lujo; el de Iris, en la carrera de San Jerónimo o el de la Mutualidad, en la calle de Fuencarral, vendido para hacer pisos y que clausuró de manera definitiva hace 15 años. MÁS INFORMACIÓN La calle más estrecha del mundo... en Tetuán Al rescate del patrimonio neomudéjar: una batalla por la identidad de Tetuán «El urbanismo, la forma de vivir la ciudad, ha cambiado y en los centros históricos se corre el riesgo de que ese cambio no sea a mejor, de que se convierta en un parque temático con mucho turismo», analiza Sigfrido Herráez, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM). Especializado en urbanismo, Herráez habla también del factor económico. «El vendedor de hilo desaparece cuando la tienda tiene potencial para ser otra cosa. ¿Cuánto hilo hay que vender para pagar un alquiler en sitios como el centro?», se pregunta el decano de arquitectos. Solo los comerciantes, a veces con la soga al cuello, pueden contestar y ellos, tras sus verjas en los pasajes históricos, toman aliento y confían en no tener el mismo destino que aquellos que no han vuelto a encender las luces.
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sábado, 11 de marzo de 2023
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» El ocaso de los pasajes comerciales del siglo XIX, olvidados y desconocidos entre las grandes calles de Madrid
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