viernes, 31 de marzo de 2023

No cuadran las cuentas

El Congreso ha avalado este jueves la reforma de las pensiones con el voto positivo de unos (Gobierno y aliados), la abstención de otros (Vox), y la oposición de PP y Ciudadanos. A eso se le llama, en el mundo taurino, «división de opiniones». Han estado menos divididos los expertos (Airef, Fedea, Banco de España, etc.). De modo casi unánime, han advertido que la reforma obliga a cotizar más a las empresas, reduce el salario neto de los trabajadores y no alcanza a compensar el crecimiento del gasto con el de los ingresos. En resumen, subirá el desempleo y aumentará el déficit . Parece claro que el propio Ejecutivo alimenta dudas sobre su ley. En una de las disposiciones adicionales del decreto, se señala que en 2025 el Gobierno entonces vigente tendrá que hacer un nuevo balance de la situación. Entre las opciones posibles se menciona un aumento ulterior de las cotizaciones… o una reducción de las pensiones. El 2025 queda a tiro de piedra. No estamos asistiendo, por tanto, a un auténtico plan. ¿De qué va la feria entonces? Pues se trata de ir tirando, o, hablando en plata, de dar una coartada a la Comisión Europea para no ponerse tremenda hasta dentro de tres años. El continente está patas arriba, y los señores de Bruselas prefieren que los dolores de cabeza acudan uno detrás de otro, y no todos en tropel. Mejor echar un pitillo mientras llega 2025. Lo seguro es que las cosas se le van a complicar extraordinariamente a quien suceda a Sánchez, o al propio Sánchez si resulta que es él el que se sucede a sí mismo. Miren a Francia, un país al que no le llega la camisa al cuerpo. ¿Está peor que España? Sí y no, y, en definitiva, no. Es cierto que su base de cotización rebasa por arriba a la de España, y que la edad de jubilación es más baja. Pero muchos índices son mejores. El cociente entre la deuda y el PIB, aunque próximo al español, ha crecido de forma infinitamente más suave. Nosotros hemos dado un petardazo que nos está catapultando a la Luna. Nuestra tasa de substitución (la pensión dividida por el último sueldo), es más alta que la de Francia y una de las más altas del mundo desarrollado; el desempleo, casi el doble; y los sueldos, más bajos. Añádase que, durante veinte años, las pensiones han crecido en España más del doble que los salarios. La galleta está garantizada. Tanto como la de un señor que condujera un automóvil con los neuomáticos desgastados y sin apenas líquido de frenos. El mantra de la inmigración, invocado sin descanso por Escrivá y últimamente por Feijóo, es eso, un mantra. La inmigración masiva trae considerables complicaciones en el orden social, cultural y político, como demuestra el caso de Francia. Y, además, está condenada a empeorar el problema a largo plazo si genera solo sueldos bajos. La solución de verdad, la auténtica, es que suban los salarios y se empine la productividad. La clave, en otras palabras, es un salto cualitativo en el desarrollo. Desafío complicado, y que no parece que nos hayamos tomado en serio a lo largo de este siglo. Entre tanto, los jóvenes han llegado a dos convicciones: uno, que no cobrarán pensiones. Dos, que están pagando las de sus padres y abuelos. Lo primero es algo exagerado. Lo segundo, rigurosamente cierto. Esperar de un español por debajo de los cuarenta años no ya entusiasmo, sino adhesión y lealtad hacia las instituciones, resultaría poco realista. Así se va muriendo una democracia . A la chita callando y como el que no quiere la cosa.

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