martes, 21 de marzo de 2023

El debate del estado de don Ramón

Flota como una mariposa, pica como una abeja». Como Muhammad Ali en Zaire, Sánchez tenía un plan para la moción de censura y consistía en que el combate durara mucho tiempo, conocedor de que su rival, al fin y al cabo, no aguantaría ni física ni mentalmente y, antes o después, se vendría abajo. Había que cansar a Tamames , llevarle al límite, no dejarle ni orinar, desquiciarle con los tiempos, abrumarle con datos y con un tedio abrasivo y despiadado, algo así como Michael Chang en aquel Roland Garros del 89. La estrategia de Sánchez es antigua, se llama 'rope-a-dope' y tiene como finalidad hacerse fuerte en las cuerdas, dejarse pegar por todos y ponerse a hablar como si se tratara de batir un record Guinness hasta que el rival no pueda más, llegues tú con el gancho y se acabó. A la lona. Y créanme: al menos esa parte la bordó. La sesión de la mañana fue devastadora, pero no solo para Tamames sino para el resto de humanos que estábamos allí, supongo que expiando nuestros pecados. El Congreso se convirtió en la sala de espera de un quiropráctico con un festival de tics nerviosos, de diputados retorciéndose en el escaño, de mandíbulas con tendinitis, próstatas a punto de reventar, vejigas pidiendo clemencia, contorsionismos para la contractura de las cervicales y esos mensajitos del iPhone que te advierten que o te mueves o te va a dar un trombo. Y ese murmullo constante, ese runrún como de peluquería de pueblo en día de boda capaz de acabar con la paciencia de cualquiera. Supongo que por eso Meritxell Batet ha mutado en cariátide y asiste al espectáculo imperturbable, con un punto de Isabel Tudor y con la mirada perdida en algún lugar del fondo del hemiciclo donde, por cierto, Ander Gil mutaba en un Napoleón pintado por Jacques-Louis David. En total, casi tres horas estuvo Sánchez hablando, con sus ciento setenta y tres minutos y sus diez mil trescientos ochenta segundos de sopor, dando datos prescindibles, uno tras otro –que si los incendios de Zamora, que si los árboles de no sé dónde, que si el glutamato–, hasta que logró su objetivo y Tamames dijo a grito pelado: «¡Claro, es que se trae usted un tocho de veinte folios para responder a cosas que yo no he dicho!». Ay, don Ramón. Pues claro. Esto es lo que hay. ¿Qué se pensaba, que se iba a encontrar a Alcalá-Zamora ? ¿A Maura ? ¿Pensaba que su ramillete de consideraciones –sensatas si no entramos en su visión de la guerra de Ucrania, en la crítica a las becas y en esa tontería del sindicato vertical–, iba a ser suficiente? ¿Qué su buena educación, su tono elevado y su amplia experiencia iban a valer? Tamames, acompañado por un ujier del Congreso de los Diputados EP Está usted frente a Sánchez, un político sin clemencia y con la mandíbula diseñada para no soltar el bocado, como uno de esos perros de presa. No es que no quiera, es que no puede, su dentada está preparada exactamente para eso. Y ahí cometió su gran error. Sánchez no es un púgil que destaque por saber ganar, por dar las ventajas a un rival herido o por mostrar humanidad ante un contrincante moribundo. Todo lo contrario, cuando más pequeño se hacía Tamames, con más saña se empeñaba Sánchez , sin saber que no hay nada que aleje más a un líder del pueblo que el ensañamiento con el débil. De entre los muchos datos que le prepararon en los dossieres, se olvidaron del más importante: la franja de edad en la que Vox es más débil es en los mayores de 65 años. Y sucede que, en ese segmento, Tamames es uno de los políticos más conocidos, respetados y con mejor imagen. Y sacudir sin un ápice de empatía a un anciano respetado, símbolo de la Transición y que viene a fijar el marco mental de que hasta los comunistas de toda la vida están contra esta izquierda, es mala idea. Y más cuando este se ha mostrado, además, especialmente cortés, educado y respetuoso. Es un error grave cuyas consecuencias alguien no ha sabido calibrar. La estrategia buena era otra. Y Sánchez la estaba entendiendo bien . Vox le estaba poniendo en bandeja mostrar sus dos caras: una dura, agresiva y especialmente directa contra Abascal y otra moderada, técnica y sensata contra Tamames. Pero ya saben la fábula del alacrán: está en su naturaleza, no puede evitarlo, es un 'killer' tan 'killer' que al final acabará hasta consigo mismo. Y hora y pico después, tras un sainete insoportable que tenía como único objetivo llegar a las 14.00 horas sin que nadie se levantara del escaño, Tamames se queja de la norma, de los tiempos, pide intervenciones más breves y finalmente solicita que, por favor, le permitan no responder más. Y da por finiquitada su intervención. Y ahí terminó una moción de censura que, en realidad, nunca existió. Si acaso el debate sobre el estado de Don Ramón. Así que victoria a los puntos de Sánchez, que, en una maniobra perfectamente orquestada, deja a Yolanda Díaz un rival sonado para lo rematara con un K.O. técnico de otra horita. Y vaya si lo logró. Si Abascal fue el telonero de Tamames, Sánchez fue el de Yolanda, que, en un discurso estratégicamente brillante, se autoproclamó lideresa de su espacio, cerró todo debate, repartió abrazos de oso a todos los miembros del Gobierno –especialmente generosos para unas Montero y Belarra que cuchicheaban mientras se quitaban las cutículas– y reivindicaba como propios todos y cada uno de los logros de la coalición. Si alguien aún dudaba de que el as que ambos tienen en la manga es integrar a Sumar como corriente dentro de las listas del PSOE, se empezó a vislumbrar más claro que nunca. Y parecía imposible, pero, como uno de esos toreros que no saben usar la puntilla, lo único que Vox ha conseguido finalmente es levantar a un toro que estaba muerto. El 'pedroyolandismo' lo tiene todo mucho más medido de lo que pensamos. Se conocen 'The Rumble in the Jungle'. Y, al final, me temo que la moción no iba contra Sánchez. Tampoco contra Feijóo ni contra Tamames. Si hay un Foreman en todo esto es Iglesias. Y Vox, el promotor de la velada. Digamos que Don King.

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