sábado, 25 de marzo de 2023

El peligroso rescate político del Valencia

Los concejales del Ayuntamiento de Valencia salieron aparentemente satisfechos del Pleno celebrado el pasado día 23 de febrero en la ciudad: entre otras cosas, solicitaron por unanimidad la declaración del Valencia Club de Fútbol como Bien de Interés Cultural (BIC). Sólo existe un precedente en nuestro país: el Recreativo de Huelva, club más antiguo del fútbol español, que sería expropiado en 2016 por el Ayuntamiento de la capital onubense «para salvar al Decano de una desaparición segura» y «devolverlo a la iniciativa privada». Los concejales accedían así a la reclamación de la asociación Libertad VCF, canalizadora de la revuelta popular que existe en la capital levantina contra el multimillonario Peter Lim, el empresario singapurense propietario del Valencia desde 2015, bajo cuya gestión el club se arrastra por los puestos de descenso en medio de un largo y estéril desfile de jugadores y técnicos. Impulsados por una masa social irascible (el estadio nuevo debía haber sido terminado hace una década) y una prensa muy crítica, los promotores de la declaración del BIC buscan «salvar el patrimonio inmaterial y sentimental» del Valencia CF, evitar que Lim «acabe» con él y «democratizar» el club: «El único futuro posible para el Valencia CF es aquel en el que la afición sea partícipe de las decisiones importantes de la entidad», reza la página web de Libertad VCF. En su ronda de conversaciones con los distintos partidos políticos, la asociación reconoció que el fin último de la medida es presionar al 'holding' Meriton de Lim, máximo accionista del club, para que se marche. Noticia Relacionada Fútbol estandar Si De Sampaoli a Mendilibar: guillotina, la vieja e incierta solución para salvar el curso Iván Martín Con el despido del argentino en el Sevilla, la Liga suma once cambios de entrenador en la actual temporada Hay, en efecto, un convencimiento muy extendido en Valencia acerca de que Peter Lim ha ahogado al club con su pésima gestión; es más, muchos piensan que su administración esconde la búsqueda de su propio beneficio, a costa de poner en riesgo la supervivencia del club. Su apellido es una mina de oro para los periódicos digitales. Dos décadas La decadencia del equipo valencianista, no obstante, empezó años antes de que Lim llegase a la capital del Turia. En 2004, el año del legendario doblete Liga-Copa de la UEFA conquistado por el Valencia de Rafa Benítez, Francisco Roig le vendió sus acciones por 32 millones de euros al conocido constructor Bautista Soler para que el club recobrase «la ansiada paz social» (con el beneplácito del PP, entonces en la presidencia de la Comunidad, que veía con buenos ojos una operación de estabilización comandada por capital local). Juan Soler, hijo de Bautista, asumió la presidencia en octubre de ese año. Una de sus primeras decisiones fue impulsar la construcción de un nuevo estadio, a la vanguardia mundial. Tras dos años en la presidencia, Soler había solicitado ya un crédito de 120 millones y disparado los gastos; presentado con luces y sonido en noviembre de 2006, el proyecto del Nuevo Mestalla se convirtió muy pronto en la tabla de salvación del club. Era la España del despilfarro anterior a la crisis financiera de 2008 y parecía haber dinero para todo: el Valencia invitó (sin éxito) a Diego Maradona, Pelé, Johan Cruyff y Alfredo di Stéfano para animar aquella presentación. El presupuesto del Nuevo Mestalla engordó en poco tiempo de 210 millones a más de 300. Ayudados por varias recalificaciones de terreno rústico, los dirigentes pensaban vender también las parcelas del viejo Mestalla para sufragar el templo del futuro. Empezaron a construirlo sin haber vendido las parcelas antes, e invirtieron el dinero existente en la gestión del club (una «gestión de opulencia», en palabras de un exdirectivo de la época; «Juan Soler no es de Singapur, pero hacía lo mismo que Lim ahora: gastar más de lo que ingresaba»). Con un contexto político favorable y en unos años de corruptelas generalizadas en las instituciones valencianas (como cualquier hemeroteca puede atestiguar), nadie quiso ponerle el freno a una entidad con semejante impacto social. En 2008 llegó la crisis financiera. Un año después se pararon las obras, por riesgo de quiebra económica. Y es en ese momento, según varias fuentes consultadas, cuando se comete el primer error grave: en lugar de asumir la bancarrota, el club suscribió una ampliación de capital de 92 millones de euros. Como no aparecieron inversores, la fundación del club recibió 74 millones gracias a un crédito de Bancaja avalado por la Generalitat; de la compra de acciones por parte de los aficionados, otros 18 millones. ¿Por qué, se pregunta hoy un exdiputado local, Bancaja (Caja de Ahorros de Valencia, Castellón y Alicante) no llevó al club al concurso de acreedores? «Si eran el brazo armado de los políticos [...] Con esa solución hubiesen perdido todos un poco, pero el club se salvaba». Hay dos hipótesis: la primera es que ningún político quiso reconocer el fracaso de un club histórico (el quinto con más títulos en toda España). La segunda, que Bancaja maniobró para evitar la asunción de pérdidas. «Curiosamente», continúa el expolítico, «Bankia [entidad en la que se integraron Bancaja y otras seis cajas arruinadas] ha acabado perdiendo al final 70 u 80 millones de quita con Lim por falta de beneficios del club». Según varias fuentes consultadas, cuando se comete el primer error grave: en lugar de asumir la bancarrota, el club suscribió una ampliación de capital de 92 millones de euros. La Unión Europea denunció posteriormente ese aval del Instituto Valenciano de Finanzas (IVF), dependiente de la Generalitat, como ayuda pública irregular. El club fue condenado inicialmente a pagar 30 millones de multa, pero el Tribunal de Justicia de Bruselas anuló el año pasado la sentencia tras una apelación (paradójicamente, fue Peter Lim quien evitó la condena de Bruselas al justificar con su compra que no se habían violado las reglas sobre el valor de mercado). El dueño del club ha invertido en la entidad hasta ahora, según fuentes con pleno conocimiento, un total aproximado de 270 millones de euros. El esqueleto de cemento que sigue presidiendo hoy la Avenida de las Cortes Valencianas simboliza por sí solo la desolación del club: Lim no ha cumplido aún su promesa de finalizar el nuevo estadio, bandera también de su proyecto. No es fácil encontrar en la provincia de Valencia aficionados partidarios del singapurense, que entre sus errores más groseros presenta el de no confiar en profesionales locales, haber colocado en su día a un personaje tan poco respetado como Anil Murthy en la presidencia y cierta soberbia que incluye el descuido de la política de comunicación: una decisión que probablemente lamentará a toro pasado. Una de las teorías más extendidas entre el valencianismo sobre la decadencia de la entidad es la asociación entre Lim y su amigo Jorge Mendes, el superagente portugués , que «sin duda ha supuesto un problema, porque cambia el modelo del club», según fuentes de Mestalla: «Se gastaron los primeros 100 millones de euros en cuatro jugadores». En realidad, no es una gestión muy diferente a la de Juan Soler cuando compró a Joaquín por 25 millones en 2006. «La hipótesis del vaciamiento económico del club no es cierta», insiste un empleado. «La relación entre Peter y Mendes viene de antes de comprar el Valencia. Pueden haber tenido intereses comunes puntuales», señala, «pero lo que ha hecho es poner dinero y equivocarse». Gestifute, la agencia de Mendes, ha cerrado operaciones en la entidad por valor de más de 350 millones de euros desde la llegada de Lim. La plataforma Marea Valencianista, dirigida por Miguel Zorio, exvicepresidente económico del club, ha denunciado ante la Fiscalía Anticorrupción que se han pagado durante años sobreprecios millonarios por futbolistas del entorno de Mendes a través de fondos de inversión o clubes donde tiene influencia (en el caso de Gonzalo Guedes, por ejemplo, sostiene que Gestifute habría ganado 12 millones de euros en comisiones, mientras que el ente perdió casi 18 millones). También acusan a Mendes de haber enviado ya a otros equipos grandes, como el Deportivo de La Coruña o el Zaragoza, a Segunda división. El problema, se cree en Valencia, es que Lim se ha cansado y ha cerrado el grifo mientras la deuda del club se mantiene en unos 180 millones a corto plazo y 370 a largo, y el equipo flirtea con un descenso que resultaría catastrófico. La socialización del descontento valencianista en las calles es innegable y el inusual consenso político sobre el BIC (que en el caso del Recreativo tenía la justificación del decanato), a escasos meses de las elecciones municipales y regionales, oculta quizá otros peligros. Los riesgos del BIC El paralelismo con el 'Recre' (un equipo que en 2015 estaba peleado con Hacienda y fuertemente endeudado) es ilustrativo: además de que la deuda del 'decano' no ha hecho más que crecer después de ser expropiado (de 16 millones a los actuales 21) y de que deportivamente continúa en el grupo IV de Segunda Federación, el Ayuntamiento de Huelva no ha sido capaz de encontrar un comprador en estos años y cumplir su promesa. El presidente expropiado (Pablo Comas) asegura en conversación con ABC que la Justicia le va a «devolver el club con intereses»: «Igual que los 18 años de petición de cárcel que afronté en su momento por una justicia politizada se quedaron finalmente en una multa de tráfico por alcoholemia». Hace un año, sin embargo, el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo número 1 de Huelva desestimó sus recursos para invalidar la expropiación. Actualmente el pleito está en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, «ya alejado geográficamente de Huelva; podría llegar al Supremo en 2024». Fuentes jurídicas ven improbable que la expropiación sea ratificada por un tribunal fuera de Huelva. Las cosas han cambiado bastante en la capital onubense desde 2015. El 'Recre Supporters Trust', la asociación de aficionados que promovió manifestaciones contra Comas y la propia expropiación, se ha disuelto. «Lo que proponen», asegura Comas, «no sólo no protege al Valencia, sino que perjudica el futuro del equipo al transformarse tras una imposible expropiación en un 'club estado' que impediría su participación en competiciones profesionales. Además, al protegerse un bien inmaterial, la Sociedad Anónima Deportiva (SAD) no está protegida. Esto sin contar con que un BIC, una vez expropiado, no puede venderse porque lo impide la Ley de Patrimonio Histórico (art. 28.2). En definitiva: obtendrán quizá rédito político ahora, pero se les volvería en contra». Fuentes del Gobierno valenciano admiten en privado a ABC que la operación plantea «serios interrogantes» y que la expropiación sería una medida «desesperada, por si todo lo demás falla». El representante de un fondo de inversión estadounidense en España comenta, por su parte, desde el anonimato: «Veo muy difícil que un inversor serio se acerque a comprar un club que ha sido expropiado por las autoridades públicas; sería difícil, obviamente, por cuestiones de seguridad jurídica». La posible catalogación del Valencia (junto con la del Levante) puede durar en torno a un año (sólo hay un precedente de bien inmaterial protegido en la región: la paella). Mientras tanto, los políticos y el club siguen sin ponerse de acuerdo sobre cómo remontar la caducidad de la Actuación Territorial Estratégica (ATE) que hubiese permitido recomenzar unas obras con el sueño de albergar partidos de un hipotético Mundial 2030. Nadie quiere mover ficha a dos meses de las elecciones, el Valencia necesita erigir el nuevo estadio (aunque ya no sea el mejor del mundo) y el ambiente es cada vez más hostil a la dirección. Se dice que la Liga tiene unos 80 millones reservados del acuerdo con el fondo CVC para la conclusión del estadio. Si a eso se le sumasen los ingresos por la recalificación de los terrenos del viejo Mestalla, el club precisaría de 50 millones más. «Pero no va a pasar ahora», afirman fuentes muy cercanas al asunto: «Tenemos revuelta de aficionados y hay elecciones a la vista [...] Los políticos podrían darle una salida a Lim, que se ha cansado ya de poner dinero. Y después volver a lo de antes: comprar barato, vender caro, hacer cantera. Pero hace falta un chivo expiatorio. Y podemos acabar teniendo un problema mucho más serio aún». Según un notario valenciano socio del club pero afincado en Barcelona, que también se manifestaría contra Lim, dice, si viviese en la ciudad, «la crisis del Valencia no es más que la traducción del fracaso de la sociedad valenciana [...] Lim lo ha hecho rematadamente mal, ¡pero los que estaban antes también! En 2004, cuando se hizo público que Soler compraba acciones, hubo colas de varias manzanas para vender acciones… Y yo le digo, créame: ¡Muchos son los mismos que critican ahora!».

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