El exhibicionismo y el sexismo han cerrado una puerta en la Vuelta a España. Ya no hay besos a dúo de chicas guapas, arcaico descanso del guerrero después de una victoria o un día de lucha en las carreteras. Ya no hay faldas cortas en el podio, símbolo de un pasado que no iba a ninguna parte. Concluye otra edición en la que las azafatas han dejado de ser un módulo decorativo en un mundo que trata de dejar atrás el machismo y la procacidad que un día existió. Es el quinto año que la Vuelta a España procede a adaptarse a los tiempos y a la normalidad de la igualdad. El período de pruebas parece concluido y lo que existe ahora es un protocolo de podio en el que Óscar Pereiro, el exciclista gallego que ganó el Tour 2006 por descalificación de Floyd Landis, ejerce como maestro de ceremonias. En vez de labios rojos y minifaldas, los ciclistas reciclan vidrio y cogen su propio trofeo en aras de la pandemia del covid. «Lo haremos con elegancia», decía en 2017 el director general de la Vuelta, Javier Guillén. «La situación está normalizada y adaptada a los tiempos que vivimos», dice ahora. Hubo un tiempo en que los castings de azafatas para la Vuelta eran el pasatiempo principal de los captadores de chicas que querían trabajar en el podio y en los stands de las marcas que promueven su publicidad durante más de tres semanas. Atrás han quedado burradas como la que pronunció en su momento el ciclista belga Jan Backelants. «Al Tour me llevaré un paquete de condones porque nunca se sabe esas chicas del podio por dónde han estado antes». Mentalidad cavernícola que se va desterrando poco a poco con iniciativas como la de la Vuelta, que fue la primera grande en suprimir las azafatas en su decorado. En las últimas ediciones, el Tour ha establecido un criterio asumible. Hay una azafata y un azafato en el podio, muestrario de igualdad acorde a los tiempos.
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