
Ha caído la noche hace horas en el campo base del Dhaulagiri (8.167 metros) cuando Carlos Soria (Ávila, 1939) descuelga el teléfono y atiende a ABC. «Acabamos de cenar una sopa riquísima y un dal bhat –plato típico de Nepal preparado a base arroz, con lentejas, carne y verduras– que me ha sentado fenomenal. Tenemos un cocinero fantástico, así que el jamón que hemos traído lo guardaremos por si hacemos cumbre», explica el alpinista, amable como siempre. En su enésimo viaje a esta montaña, la penúltima que le queda por ascender para ser la persona de más edad en haber completado los catorce ochomiles, Soria se muestra optimista a pesar de los problemas para llegar hasta allí. Por primera vez se ha ido sin patrocinador, pagando de su propio bolsillo («con la ayuda de un buen amigo») una expedición muy costosa –alrededor de 65.000 euros a los que hay que añadir el trabajo de los sherpas y de su fiel compañero Luis Miguel López Soriano– con la que espera cerrar una herida que ya dura demasiados años. «Es una montaña que conocemos bien y que por una u otra razón no nos ha dejado nunca subir. Hemos alcanzado otras cumbres más complicadas, pero el alpinismo es así. Hay que saber cuándo se puede y cuándo no». La pasada primavera, no se pudo. Viajó entonces Soria con la misma ilusión de ahora, pero la pandemia le devolvió a España sin haber podido hacer siquiera un intento. «Hay mucha menos gente que entonces y parece que todos han venido más concienciados. La vacuna es obligatoria y nos hemos hecho una PCR, que ya es una pequeña garantía para que no se reproduzcan los problemas», explica. Aun así, él y su inseparable Luismi no se juntan mucho con el resto. Prefieren esperar estos días a que pase el Monzón para lanzarse a la montaña. «Estoy aquí por mí, persiguiendo mis sueños, pero también para demostrar a la gente de mi edad que se puede hacer lo que uno quiera. No todo el mundo de ochenta años va a subir una montaña de ochomil metros, pero hay que vivir las cosas que a uno le gustan. Hay que llegar bien a la jubilación, porque queda mucha vida por delante y hay que disfrutarla con salud y con ganas de vivir», señala el alpinista, un ejemplo para todas las generaciones. Es ahí donde radica uno de sus grandes valores, esos que durante años cautivaron a las empresas y que ahora, golpeadas por la pandemia, no han querido o no han podido apoyarle de nuevo. «Tuve muchas dudas. Yo siempre he pensado que con o sin ayuda iba a ir allí donde me dijera el corazón, pero esta vez me lo pensé mucho. Pensaba que, como siempre, algo saldría a última hora, pero nada. Es una pena, porque venimos sin ‘pegatinas’, pero a ver si llegamos a la cumbre y se animan otra vez después. Debe ser que se han hartado de nostros», bromea irónico. Agradecido y a la vez confiado de poder pisar por primera vez la cima del Dhaulagiri para completar así la próxima primavera su sueño con el ascenso al Sisha Pangma (8.013 metros), el último reto de una carrera apasionante que parece no tener límites.
De Deportes https://ift.tt/3tLihEJ
0 comentarios:
Publicar un comentario