En la cumbre del exquisito Four Seasons, encima de los dorados salones y opulentas 'suites', una azotea verde sobrevuela Madrid. Varios clientes disfrutan del desayuno en las mesitas de madera; café, fruta, huevos, muesli, un panal del que chorrea la miel espera en la barra. A las diez de la mañana, a la hora del almuerzo y al atardecer la terraza de Dani está concurrida. Es uno de los puntos en altura más codiciados de la capital. Los hay con jardines secretos, con vistas privilegiadas, con copas de balón y postureo. Los hay que cobran por subir a la cima, que ponen música y que venden libros únicos. Los hay para todos los gustos. El límite es el cielo, la azulísima cúpula de Madrid. El pasado verano, todavía constreñido por las restricciones anti-Covid, las azoteas de la ciudad vivieron su particular época dorada como refugios al aire libre del virus. Pero faltaban los turistas. «Se ha doblado la cantidad de clientes de un año para otro», asegura el director general de Dani, Alejandro López. El restaurante del chef Dani García abrió en plena pandemia, el 21 de septiembre de 2021, y ahora está en boca de todos. «Empezamos a tener cada vez más demanda por adelantado, antes era todo de último minuto», cuenta López. Los viernes, sábados y domingos, mejor reservar. «Hay muchísima demanda». La barra de la terraza de Dani, que corona el hotel Four Seasons - GUILLERMO NAVARRO Los combinados entre los dioses petrificados que vigilan la Gran Vía desde sus cuádrigas oscilan entre los 16 y los 20 euros. Dani tiene destilados exóticos, ginebras japonesas, vinos mundialmente reputados y difíciles de conseguir. «Tenemos marcas que no se ven muy a menudo», garantiza López, también director adjunto de bebidas y alimentación. El hielo es, literalmente, perfecto. A la temperatura ideal, tallado a medida de la copa y filtrado, completamente transparente, para que se derrita despacio. La carta tiene un plato estrella: el tomate nitro, el emblema del tres estrellas Michelin de Marbella que Dani García cerró hace ya tres años. «Hemos marcado un antes y un después en Madrid, tenemos los mejores productos», zanja López. Para 'instagrammers' Cualquiera puede subir a embelesarse con la vista de pájaro de Dani con una condición: vestimenta «smart casual», «no hace falta chaqueta, pero que quede chic», precisa López. En otras afamadas azoteas, como la plataforma acristalada del hotel Riu de plaza de España, el peaje es de hasta 10 euros para el tardeo y los fines de semana. En la terraza del Círculo de Bellas Artes, 5 euros. En la mayoría, sin embargo, el acceso es libre para los que quieran tomarse la foto de rigor. En The Mint Roof, en el número 10 de Gran Vía, hay un banco para 'instagrammers' que mira al mar de tejados castizos con un lema: «Aquí sí hay playa». El banco para 'instagrammers' de The Mint Roof, en la Gran Vía - GUILLERMO NAVARRO El eterno complejo de Madrid se resarce así a varios metros del suelo. Están las azoteas con encanto, atestadas de plantas, como El Jardín de Diana (Gran Vía, 31) —la diosa preside con su arco el local—, con aires tropicales como Doña Luz (calle de la Montera, 10) o de estilo marinero como Le Tabernier (calle de Mesonero Romanos, 13). En The Mint Roof, en la cúpula del hotel Vincci The Mint, han aparcado una antigua furgoneta francesa que subieron con una grúa en 2016, el año que se inauguró el alojamiento. La terraza presenta nueva carta y un abanico de talleres para la temporada. «Somos bastante optimistas, venimos de una época un poco convulsa con la Covid-19 y creo que ahora todos tenemos más ganas que nunca de volver a disfrutar con amigos, pareja o familia», señala la directora del hotel, Laura Martín. Unos metros más arriba, siempre hay cola para subir a Picalagartos. Su panorámica de Madrid se abrió al público en 2018 y siempre ha sido una de las azoteas más apetecibles. «Esta primavera está súper animada y estamos con muchísimo ambiente todos los días», cuenta la directora de comunicación del Grupo Azotea (dueño de Picalagartos), María Fernández. Las celebridades que la visitan, desde Antonio Banderas a Mario Casas, y el «artisteo», en palabras de Fernández, la convierten en otro rincón imprescindible con 'gin tonics' a partir de 15 euros. La azotea Picalagartos, sobre el hotel NH Collection Gran Vía - ABC Reclamo turístico Una de las más especiales pertenece al único restaurante declarado patrimonio cultural de Madrid, El Viajero, un palacete del siglo XIX en La Latina que hasta 1995 ocupaba el antiguo bar Musel. Alejandro Sanz dio allí su primer concierto, cuando todavía se hacía llamar Alejandro Magno. La azotea es una tienda y una barra de degustación. Atlas de todo el globo, guías de viaje originales y camisetas que declaran su amor a Madrid adornan la entrada de una terraza forrada de maleza y lucecitas que está repleta de clientes. «Ahora nos estamos recuperando, en el 2021 costó mucho, pero desde marzo se ha empezado a notar», reconoce su directora, Aísa Capuzzo. El turista, que supone el 35% de su clientela, ha vuelto: «Se nota porque se pide mucho más jamón que antes». La tienda de El Viajero, con su colección de libros, camiseta y bolsas - TANIA SIEIRA La fidelidad del cliente local y el regreso del internacional hacen de las terrazas en altura un modelo de negocio boyante. «Convertir las azoteas en zonas de copas y espacios de restauración modernos es una tendencia en el 'retail'», aseguran fuentes de la consultora inmobiliaria Colliers. Las explotan los grandes grupos de restauración, hoteles y compañías de eventos. La mayoría de azoteas de Madrid pertenecen a hoteles y es común que el propietario venda el activo a un operador. Y la inversión hotelera está en máximos de los últimos años. En 2021 la ciudad atrajo 468 millones de euros y en el primer trimestre de 2022 la cifra del sector asciende ya a 230 millones. Las azoteas, en sus cumbres, siguen de moda.
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