viernes, 27 de mayo de 2022

Adiós al centro de menas de Batán tras casi 4 años en el ojo del huracán

Algo más de tres años han pasado desde que en enero de 2019 el albergue juvenil Richard Schirrmann fuera convertido en un recurso habitacional de emergencia para los menores extranjeros no acompañados llegados a la región, y algo más de cuatro meses quedan para que la Comunidad de Madrid eche el cierre al centro y los internos sean trasladados al otro extremo de la ciudad. Concretamente, al Centro Ocupacional de Barajas, donde la Agencia Madrileña de Atención Social (AMAS), adscrita a la Consejería de Familia, Juventud y Política Social, creará una residencia específica para este tipo de internos a partir del próximo mes de noviembre. El cambio de ubicación pondrá fin a casi cuatro años de polémicas en un enclave que volverá a liberarse para ofrecer otros servicios, «ya sea retomando su antigua actividad como albergue juvenil o para otros usos, una decisión que se tomará próximamente», según confirmaron desde la propia consejería a Ep. Los menores destinados actualmente en Batán, con una capacidad máxima de 50 plazas, serán conducidos al distrito de Barajas, donde contarán «con instalaciones espaciosas y un equipo de apoyo específico para estos jóvenes». Una decisión que dejará tras de sí un reguero de sucesos que ya en los primeros meses de vida del centro pusieron en alerta al vecindario. Así lo recuerda uno de los residentes más implicados en dar a conocer los conflictos registrados. Pese a que los problemas comenzaron en los meses previos al primer estado de alarma, no sería hasta después del levantamiento de las medidas de tránsito más restrictivas cuando la situación se iba a descontrolar por completo. El foco mediático comenzó a posarse después de que la Policía Nacional arrestara en junio de 2020 a nueve menores por apedrear a varios vecinos -y sustraer la cartera a uno de ellos-, que trataban de ayudar a una mujer a la que previamente habían robado los mismos agresores. Dos personas sufrieron brechas en la cabeza, que precisaron de puntos de sutura. Desde entonces, comenzó a ser notoria la presencia en medios de lo que allí acontecía. Agresiones, algunas tan graves, como la sufrida por Mikel, un hombre de 41 años, que fue atacado cuando paseaba tranquilamente de madrugada poco después de salir de casa de su pareja. «Noté que alguien se ponía a mi espalda y al girarme vi a tres jóvenes que vinieron de inmediato a por mí», recordaba a este diario, aún convaleciente por las heridas: «Me dijeron que les diera todo y empecé a forcejear con ellos». Uno de los asaltantes le golpeó con una botella de vidrio en la cabeza, lo que provocó la huida despavorida de Mikel. «Choqué con unas zarzas porque no sabía ni adónde iba», añadía, justo antes de recibir otros cuatro botellazos mientras uno de los agresores no paraba de gritarle «el teléfono, dame el teléfono». Los médicos le tuvieron que colocar hasta 12 grapas fruto de tres heridas diferentes. A la semana siguiente, la desdicha le tocaría a Isabella, una joven venezolana, de 23 años, asaltada y pateada en el suelo cuando se dirigía a su domicilio después de apearse en la estación de Metro de Batán. «Caminé unos 100 metros y de pronto dos chicos me abordaron. Uno por la izquierda y el otro por detrás», relataba, consciente de que este último sujeto se abalanzó sobre ella y la tiró al suelo. «Me empezaron a dar patadas en la cabeza hasta que solté el teléfono móvil». Al tiempo que varios vecinos bajaban a socorrerla alertados por sus gritos, los dos individuos huían a la carrera de vuelta a la Casa de Campo. 'Mataleones' Las víctimas crecían y nadie entendía el estado de inseguridad generado. Mujeres como Nuria, de 58 años, tenían en aquella época miedo de salir a la calle. Acostumbrada cada tarde a dar un paseo hasta el barrio de Aluche, esta vecina sería asaltada por dos menores en el paso subterráneo de la calle de Villavaliente, que permite cruzar la A-5 entre Batán y Lucero. Los malhechores, de nacionalidad magrebí, se abalanzaron sobre ella por la espalda, estrangulándola mediante la técnica del 'mataleón' hasta hacerla perder la consciencia. Y todo para quitarle su teléfono móvil, el único efecto de valor que llevaba encima. Fue tal el reguero de delitos registrados, que en octubre de ese mismo año más de 400 vecinos llegaron a concentrarse en la plaza de la estación de Batán. Exigían entonces la «devolución a los madrileños» del antiguo albergue y pedían a la consejería de políticas sociales que ejerciera «de forma efectiva» la tutela de los menores que allí se encontraban de forma temporal, «dándoles un sitio adecuado a sus necesidades». La incredulidad aumentaba, además, al conocer de primera mano que todos los partidos con representación en Madrid, a excepción de Ciudadanos, se habían mostrado favorables a que el centro volviera a su antiguo uso. Los robos en comercios y otros problemas ocasionados en las inmediaciones de las estaciones de Metro de Batán, Casa de Campo, Alto de Extremadura y Lago, así como en el interior del pulmón verde, con diversas entradas a la escuela taurina de la Venta del Batán, también fueron parte de las controversias acaecidas. Sin embargo, la presión policial, el descenso en el número de internos y la menor edad media de los mismos recondujeron paulatinamente la situación. Los delitos bajaron sobremanera y el miedo y la inseguridad pasaron a un segundo plano. El centro de la discordia ya tiene los días contados.

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