viernes, 27 de mayo de 2022

Muelle, la firma imborrable de las calles de Madrid

Barrio de Campamento. Corrían los años ochenta. Madrid empezaba a quitarse la grisura entre tacones y jeringuillas, pero también gracias a artistas de disciplinas varias que no sabían de la trascendencia futura. Campamento, un barrio como otro cualquiera de Madrid, estaba en aquel entonces demasiado lejos de la capital de el mundo, y por eso muchos historiadores del Arte no entienden que el movimiento de los escritores urbanos ibéricos guarde tantas concomitancias con lo que pasaba en Nueva York, en Los Ángeles. El movimiento que haría de Juan Carlos Argüello , Muelle, un icono de la Movida, y una firma que para muchos abre las ventanas de la nostalgia de un tiempo en que la libertad, vieja desconocida, se asentaba. De la manera que podía, en un peinado o en una pared porosa de ladrillo. Muelle, en una imagen cedida por su familia - ABC El Muelle, sin quererlo, fue de esos creadores que convirtió a la capital funcionarial y triste en otra cosa. De eso sabe mucho su hermano Fernando, que custodia su legado, disperso, en Madrid y otras ciudades. Es por eso que quien quiera valorar el contexto de El Muelle deba pasar, obligatoriamente, por los estudios de Tablada 25, pleno barrio de Tetuán. Y ver que en la sala 16 se conserva una firma de nuestro protagonista, custodiada y protegida por un metacrilato. Y es que, recuerda Fernando entre carteles de la Movida y los acordes de Gabinete Caligari , que la batería fue la otra pasión de Muelle en un grupo que llamaron Salida de Emergencia. Calle Carazo Y hay que volver a Campamento, a la calle Carazo donde en breve el Ayuntamiento colocará un placa conmemorativa. Volver a los inicios de los ochenta y pensar en Muelle como un joven con unos andares muy reconocibles, de ahí que un cale de la zona, el Pepeíllo, le diera el nombre y media posteridad. Tan sonoro fue el mote, que Juan Carlos Argüello lo asumió formándose en aquellas carpetas de cartón azul del instituto. De la carpeta al muro fue la evolución, y de ahí a su marca, que registró, y que es un recordatorio de que esta ciudad fue contracultural. El grafitero Paco Reyes rinde homenaje a Muelle en la Plaza Mayor - J. N. Miguel Trillo, reconocidísimo fotógrafo de la Movida, quiere recordar a Muelle como alguien que «ha acabado en los altares porque fue, si no el único, sí el primero en los años 80 en dejar su firma en las paredes con una insistencia, atrevimiento y estilo que convirtió su mote en una marca callejera de los nuevos tiempos de una década -la de los 80- en que Madrid se ganó un atractivo internacional». Aunque su historia va mucho más allá. La evolución de su estilo, una posterior conciencia de posteridad y el misterio de que otras ciudades españolas amanecieron con la firma. Su hermano da un dato desconocido; el de la existencia de una Vespino con la que recorrieron la piel de toro, hasta «Andorra llegaron en 18 horas». Una Vespino que habría que declarar Patrimonio Material de la Humanidad. Restauración Pasaba el tiempo, y su firma se dispersaba en lugares bien visibles pero que no atentaran contra nadie. Depósitos de agua y muros, que la cuestión no era vandalismo sino visibilidad. En Madrid, muchas desaparecieron, pero algunas han quedado sometidas a restauraciones periódicas, como la de la calle Montera, visible entre lo abigarrado de carteles y neones. U otra en Malasaña. Pero su hermano sí que se acuerda de otra más sonada en la plaza de las Descalzas en las que Muelle felicitó las fiestas a su estilo: «Grafelicidades del Muelle». Rincón del estudio del distrito de Tetuán, con recuerdos de Muelle - TANIA SIEIRA Más tarde, lógico, los reconocimientos que no fueron los que merecía alguien que por serendipia le dio ritmo a los paredones de Madrid, que sin gamberrismo humanizó las calles. Es lo que cuenta Ramón Márquez, Ramoncín, que «lo que ganaba como batería se lo gastaba en botes de pintura», algo que también da idea de la fuerza de la pasión. Ramoncín también lo rememora con su novia y de repente sacar el rotulador y en nada estampar su firma. Una vez Ramoncín cazó a Muelle en Montera 13, y hay que imaginar ese encuentro entre dos popes de la Movida, casual y mágico, como todo lo que sucedía en esos tiempos. Homenaje Han pasado veintisie años de su temprana muerte, y nadie es capaz de iluminar qué hubiera sido de Juan Carlos, de su estilo, de la paulatina domesticación de sus trazos y su entrada, por qué no, en los canales de las galerías de arte. Su hermano Fernando en Tablada 25, en el estudio, arregla la flecha de un Muelle tridimensional mientras sigue sonando de fondo Gabinete Caligari entre carteles del mismo grupo, y fotos que también guardan una pintada de Argüello desafiando al tiempo. A Muelle los homenajes le llegan tarde, pero llegan, en esa justicia poética de los escritores (se llaman así, no grafiteros), y en la Plaza Mayor se presenta un sello conmemorativo en la Feria Nacional del ramo. Se presenta el sello con una 'performance', Paco Reyes, grafitero, pinta un muelle en un lienzo mientras reflexiona en voz alta de que ya no tiene edad para ponerse la capucha e ir a 'decorar' la ciudad. La imagen es curiosa, los miembros de seguridad piden un selfi con Reyes, que intenta no tocar sus uniformes porque sus dedos están teñidos de pintura. Una pintura que ni es ni fue precisamente barata, hoy y en los Ochenta. Su hermano sonríe, y acuden algunos grafiteros de las cuatro esquinas de España.

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