viernes, 20 de mayo de 2022

Fortunata y Jacinsótano

Hace un calor como para destetar a cornudos, que creo que dijo Camilo José Cela en términos más gruesos. Arden la piedras, mi calva. El asfalto se pega, y es fuego lo que hay. Estamos en el Sahel, y nosotros sin saberlo. El aire acondicionado es una salvación laboral, e incluso así el calor va matando la media neurona que me quedaba y que quería caracolear metáforas. Pero no hablo yo hoy de calor, que para eso están los ascensores. Hablo de las ventajas de vivir en un semisótano donde no llegan los rigores del clima: veraniegos, mayormente. En el sótano donde habito hay que dormir con manta, y los ventanucos eran las antiguas puertas del servicio. Todo muy galdosiano (Nacho Alcalá dixit). En el sótano no se llega al extremo climático de otra época en mi vida, en que dormíamos en los jardines de debajo del Viaducto haciendo como que nos habíamos quedado 'groguis' leyendo algo. El sótano no es lugar para descendencia ni cenas románticas, que eso es más de áticos y de terrazas: dos musas que tengo. Y sin embargo lo hemos reformado, vistiéndolo de blanco como a una novia 'juanramoniana'. El sótano donde paro a dormir y tal tiene el sol tamizado, y sólo se escucha a un portero del Este, verborreico a su modo, que fue quien pregonó la Guerra de Ucrania entre mi duermevela crónico. Hay que homenajear al sótano, donde aguanté un confinamiento entero, regando a mis compañeros de piso con cerveza y sacando un reality un tanto distópico/dipsómano en el que pusieron de moda ese cóctel de gel hidroalcohólico y coca zero. Otros hicieron pan, no los culpo, porque es el 'sanchismo' es 'ansí'... Mi compañero me despierta silbando por Antonio Molina . Nadie se entera. La Pantoja nos espabila y cada cual a sus labores, que decía Unamuno. Desde el sótano.

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