Los jóvenes que muestran conductas violentas empiezan a consumir drogas a edades más tempranas. Esta es una de las principales conclusiones de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI), a tenor de los datos registrados: en 2021, el 60,4% de los adolescentes que recibieron intervención señalaron haber cometido el delito por el que cumplían la medida de internamiento bajo los efectos de sustancias estupefacientes, siendo el cannabis la más empleada (el 60% de los casos). Los expertos en esta materia de la Comunidad de Madrid son conscientes de que el consumo de drogas y la conducta antisocial son características de los menores infractores, provocando a su vez su desviación social desde un punto de vista psicológico. Y para atajar este problema ponen el foco en dos factores de riesgo: la percepción de que la ingesta no tiene riesgos importantes y una estrecha vinculación con un grupo de iguales consumidores. El hecho de que la toma de drogas esté directamente relacionada con la vida cotidiana de los jóvenes (principalmente, cannabis y alcohol) y la comisión de determinados delitos sitúa a esta circunstancia como un factor de riesgo de especial importancia. Bandas juveniles Entre los delitos cometidos sobresalen la violencia filioparental, con consumos muy elevados, sobre todo de cannabis, para evitar afrontar la problemática; y las acciones relacionadas con bandas juveniles, donde las drogas juegan un papel de desinhibición para llevar a cabo las actuaciones violentas y delictivas, amén de una mayor disposición para el uso de armas. Asimismo, las sustancias tóxicas son el tercer factor más relevante a la hora de reincidir, solo por detrás del historial delictivo y las características de personalidad y conducta del menor. En relación a los datos, el tabaco (98,4%), el alcohol (98,4%) y el cannabis (97,3%) son las sustancias más ingeridas por los jóvenes que acaban internados por orden judicial. El consumo de cocaína y drogas sintéticas (éxtasis, ‘speed’ y anfetaminas) se sitúa en el 56,8% y el 63,7%, respectivamente; mientras que el resto de drogas (LSD, otros alucinógenos, fármacos, ketamina y heroína, entre otras) es del 53,3%. La edad media de inicio también varía en función de lo consumido, con el alcohol (12,3 años) y el tabaco (12,6) a la cabeza. Le siguen el cannabis (13,2), la cocaína (14,9) y las drogas sintéticas (14,9). Respecto a las dos últimas, los mayores porcentajes se registran el fin de semana, con el 26,2% y el 28,5%. De igual forma, su consumo experimental y esporádico alcanza el 51,5% y el 53,5%. En el resto de drogas (LSD,...), la edad de inicio se establece en 14,5 años, llegando al 55,1% de los casos de ingesta experimental y esporádica, y al 24,49% en aquellos que las consumen a diario. Historias familiares Otra casuística significativa son las dinámicas familiares y de convivencia, observándose que los menores atendidos por ARRMI han tenido una historia familiar adversa, marcada por experiencias traumáticas desde pequeños, relaciones conflictivas entre los miembros y pautas educativas inconsistentes e incoherentes. Todo ello propicia un elevado consumo de drogas (con el cannabis de nuevo en la cúspide), buscando la evasión de la problemática familiar y apoyos en grupos donde el resto de jóvenes también son consumidores. Así, los datos que maneja el centro El Laurel, especializado en este ámbito, son que el 83,3% de los menores afectados por este tipo de entornos familiares toman cannabis (el 82,2% de forma diaria) y el 66,7% beben alcohol (26,7% a diario). Cabe reseñar que al menos en el 37,5% de las familias atendidas alguno de los progenitores presenta consumos notorios. Actividades saludables Para atajar esta problemática, la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor ha desarrollado en los Centros de Ejecución de Medidas Judiciales diferentes programas orientados a la reducción de la incidencia del uso de drogas en los menores y a promover factores de protección que minimicen el consumo, así como disminuir los riesgos que favorecen la aparición y mantenimiento del mismo y desarrollar un estilo de vida saludable basado en la autonomía y la responsabilidad. Además, se han implementado actividades centradas en promover actitudes saludables, potenciar la autoestima positiva, entrenar en habilidades de solución de problemas, fomentar el control emocional, enseñar estrategias para establecer relaciones personales satisfactorias y potenciar una toma de decisiones responsable.
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