El reto de sacar las grandes vueltas de sus territorios

Hace tres años Israel se vistió unos días de rosa en reivindicación de sus esencias. Las fronteras de la nación judía e incluso el derecho a existir del propio estado se han visto sujetas a controversias, especialmente entre sus vecinos árabes, pero las autoridades del país aprovecharon la organización de la salida del Giro de Italia 2018 para promocionar otro tipo de valores, los de un pueblo que sufrió el horror del holocausto y fue capaz de asentarse en la tierra suroriental del Mediterráneo. El Giro, Israel, las bicicletas y el multimillonario que estaba detrás de la compleja mezcla, Sylvan Adams, lanzaron un mensaje optimista al mundo a través del deporte. Ese afán expansivo, globalizador e internacional, además del recaudatorio, está detrás de la inercia de las grandes vueltas ciclistas. Empezar las carreras más allá de sus fronteras. En 2022 confluyen todos los retrasos, acuerdos y compromisos que fluyeron antes de la pandemia. El Giro de Italia sale desde Hungría (ayer fue la presentación), el Tour de Francia empieza en Copenhague (Dinamarca) y la Vuelta a España arranca desde Holanda (Utrecht). Por primera vez las tres grandes parten desde el extranjero. Ahora en Hungría, y antes en Israel, Holanda, Irlanda del Norte, Dinamarca o Bélgica, el Giro no repara en distancias o logística, mucho menos en cuestiones territoriales o sentimentales. Acude allá donde se le reclama y visita países promocionando su identidad sin descanso. Desde 2002, la carrera rosa empieza ocho veces en el extranjero, sin que en Italia se haya proclamado un desinterés por la prueba. Sigue siendo, por muchas razones, un patrimonio de la identidad nacional del que presumen sus habitantes. El Tour de Francia es otra cosa. Uno de los mayores eventos internacionales que se organizan cada año, con movilidad diaria de tres mil personas, empezará su cronometraje desde Dinamarca en una tradición que se preserva en dosis racionadas. Inauguró su vocación internacional en 1954, en Ámsterdam, y ha mantenido la vocación a lo largo de las décadas. En los últimos años ha perseverado en la idea con seis salidas desde el extranjero en las últimas diez ediciones (Rótterdam, Lieja, Leeds, Utrecht, Dusseldorf y Bruselas). «El propósito del Tour es reivindicarse como el mayor acontecimiento anual del deporte –explica a ABC Javier Guillén, director general de la Vuelta a España, empresa que es propiedad del Tour–. Somos carreras internacionales y esa globalización es un refuerzo para la marca». La Vuelta a España es la menos prolífica en este apartado. Se estrenó en 1997 en Lisboa, esperó mucho tiempo hasta moverse de nuevo al extranjero (Assen 2009), siguió en Nimes (2017) y regresará a Holanda (Utrecht) en 2022. «Mantener la esencia» ¿Pierden algo de esencia estas carreras al abandonar sus territorios?, vuela la pregunta hacia el director de la Vuelta. «De ninguna manera –contesta Guillén–. Las carreras mantienen toda su esencia. Nosotros metimos a España en Holanda, o en Francia (Nimes). No veo ningún pero posible a estas iniciativas, desde el punto de vista empresarial y como exportación de la marca». «La Vuelta va a Holanda porque es el país de las bicis –cuenta Javier Guillén– y por razones que van más allá del deporte, en las que buscamos afinidades culturales e históricas. En las reuniones se han establecido vínculos con el cuadro de ‘Las Lanzas’ de Velázquez, la afinidad católica conBreda o la anexión de territorios con Carlos I de España y V de Alemania». Más que una moda, el asunto es una tendencia creciente. «Salir desde el extranjero da una gran fuerza a los eventos. La Vuelta tiene presencia en 190 países. Hay 190 televisiones y muchos patrocinadores que no son locales, sino internacionales. Nadie protesta si la Vuelta va al Tourmalet, no veo por qué protestar si sale de Holanda».

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