viernes, 26 de noviembre de 2021

Diario de un volcán: «Ese es el diablo»

Lucía Rosa González tardó varios días en ponerse a escribir sobre «ese animal hambriento», el volcán de La Palma que cambió su vida para siempre. El día que cayó el campanario de la iglesia de Todoque fue el momento en el que se le puso letra al sentimiento, en su 'Diario de un volcán', un relato terapéutico donde narra lo vivido. A Lucía Rosa el 'diablo' le quitó dos casas, le ha «mordido» tres invernaderos con la colada y está cerca de acabar con su última finca de plataneras, de las que vive su marido. «No sabemos qué hará» narra a ABC, en ese trato de persona que da al volcán. Ella trabajó de profesora de lengua en el IES Eusebio Barreto Lorenzo de Los Llanos de Aridane en La Palma, ahora, sigue ejerciendo de escritora. Nadie esperaba tener que escribir sobre un volcán a las puertas de casa, y esta escritora, traducida al rumano, alemán y eslovaco, entre antologías y varios premios, decidió volcar en forma de diario los azotes de este ‘bicho’. «Se llevó también una casa canaria que tenía alquilada y duele, pero no era mi vivienda, cuando pasó por Pampillo arrasó tantas fincas familiares, las nuestras, las de nuestros amigos. las de los vecinos que no hubo ni tiempo ni ganas de llorar por ella». No es lo mismo con el lugar donde vive, «las casas no son cosas, son el alma de las cosas”, las que guardan «el alma de quien las ama». Como ella. «De pronto, pasadas las tres de la tarde, se oyó un trueno sordo, un taponazo, como si dos nubes gigantes impactaran entre ellas y abrieran en la tierra un profundo barranco», lee a ABC en las letras que escribió. Fue «como si el tejado se hubiera desplomado sobre nuestra cabeza», y afuera los gritos decían «¡explotó, ya explotó! Arriba, enfrente de nuestra casa», y desde ese momento «caras pálidas, voz entrecortada, pánico en la mirada». Para ella, ese instante, a las 15.10 horas de aquel domingo 19 de septiembre, fue como «si el cielo todo se hubiera vuelto al revés». En ese momento, «parecía que se fuera a abrir otra boca justo en el centro de casa o en el patio o en el estanque, por el modo en que se agitaba en ondas la superficie del agua» y la sensación era como si «en dos o tres minutos las rocas ardientes fuesen a venir detrás siguiéndonos los talones, persiguiéndonos». Y era el momento de evacuar, de salir de casa con la duda de si podrían volver. «¿Qué te llevarías de tu casa en caso de salir por pies? Nada o todo», relata. Ella y su familia, como sus vecinos salieron «de casa huyendo con lo puesto, sin saber adónde». Echando la vista atrás, quedaba «el diablo, ese era el diablo» que en este diario describió como «una mole insaciable que avanza, con calma, pasito a pasito, mirándote altivo, por encima de los hombros, amedrentándote como diciéndote: Aquí estoy; te voy a devorar; y no ahora, dentro de unas horas. O dentro de unos días. O semanas. Lento, muy lento». Parece extraño, incluso incoherente, pero es un sentimiento por todos compartido. «Si se va a llevar la casa de uno que se la lleve ya de una vez, el sufrimiento a la espera, ¡no! Qué mal se lleva la incertidumbre». El volcán sin nombre ya se ha llevado 1.506 construcciones en las 1.092 hectáreas que ya están en su poder, sin víctimas personales. «No hemos muerto, pero se ha tragado muchos años de esfuerzo, nuestro entorno, nuestras casas; maltrata los sentimientos, entulla para siempre la memoria», Los días a la espera del devenir de un hogar se viven «sin pegar ojo en la noche, con el corazón en un puño» y una pregunta recurrente: «¿Y después qué? ¿Qué va a suceder después?». Quince minutos y una vida El tiempo controlado, solo quince minutos para recoger enseres: el éxodo. Lucía Rosa volvió «a salvar qué, no sé, cualquier cosa», se pregunta. Consigo se llevó recuerdos, fotos, unos cuadros, libros… La realidad de esos quince minutos para esta escritora de Todoque es que «no piensas nada, solo miras las cosas para grabar su esencia en la mirada como si fueras una cámara de las buenas, de las de antes». El volcán «no duerme, no da tregua», lamenta, «es imposible luchar contra el volcán, arrasa lo que pilla por delante» y ante eso, «esto es lo que hay, dice la gente». Ahora mira atentamente ese último resquicio de tierra que le queda a salvo a su familia, desde su pueblo de adopción, en Tazacorte, donde ha alquilado una vivienda hasta poder recomponer su vida, como la de sus vecinos, sacudidos por un volcán que no para, que no se calla.

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