sábado, 27 de noviembre de 2021

«Estamos aquí para apoyar a nuestro hijo y a los policías»

María Eugenia y Juan caminan del brazo por el paseo de Recoletos con un frío endiablado y una amenaza intermitente de lluvia y granizo. Tienen 85 años y ese pequeño detalle les inviste de autoridad respecto a otras decenas de familias, algunas empujando carritos de bebé o controlando de cerca a sus cachorros, que han acudido a la concentración de policías y guardias civiles aterrados por los cambios que se avecinan con la reforma de la ley de Seguridad Ciudadana. Juan es padre de un policía e hijo de otro. Por sus venas corre sangre azul, esa que ha sido tantas veces derramada en España por culpa de etarras o delincuentes comunes. Y ahora sangran de rabia ante la noticia de ese cambio en la ley que para ellos solo significa dejar a su hijo más desprotegido, a merced de criminales. María cuenta que su hijo, destinado en una unidad de Madrid de esas imprescindibles para frenar a narcos y criminales de la peor calaña, no sabe que están en la manifestación. «Estamos aquí para defender a nuestro hijo y a todos los policías. Si les quitan las pelotas de goma, ¿qué van a ir, con las manos contra los delincuentes?». Enternece cómo se cobijan paso a paso del frío y de la marabunta, cómo disfrutan del ambiente festivo que se ha adueñado del recorrido, de la Carrera de San Jerónimo, de la Castellana, de Colón, con una unidad inédita, con un sentimiento de pertenencia a unos uniformes nunca visto. Hay palabras destempladas, gritos de «felón, traidor...» y otras de trazo triple y grueso contra el ministro Fernando Grande-Marlaska y contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pero sobre ellas se impone un discurso más sosegado, el característico de los hombres de azul y de verde, de los hombres y mujeres que visten otros uniformes y que juraron lealtad a la Constitución y al Rey. «¡Viva la Policía!, ¡viva la Guardia Civil!, ¡viva España!». Las voces gritan sin aspavientos. Es un brindis que todos ellos tienen grabado en su ADN y que hoy estalla en el otoño casi invierno de Madrid en el que pretenden, así lo sienten, arrebatarles su autoridad, esa que también juraron y por la que se hicieron policías. ‘La Muerte no es el final’ es una de las marchas más hermosas y más heladoras creadas. Bajo su manto protector y deliberadamente necrológico los sentimientos de pertenencia y hermandad se disparan. Cuando suena en la plaza de la Lealtad, a mitad del recorrido multitudinario, el silencio se extiende por los kilómetros más concurridos de Madrid. Flores y recuerdo a los caídos por España. Tantos y tantos, unas veces bajo unas siglas, siempre por la sinrazón. Mujeres, madres como María lagrimean. Todos callan. Hombretones que llevan la pistola al cinto, mujeres que consuelan a víctimas, mandos acostumbrados a impartir doctrina, agentes conformados con mantener la paz en su pequeño territorio. Un minuto de silencio y un aplauso que no cesa, apasionado, sentido, el aplauso de los que saben lo que cuesta pelear y ganar; pelear y perder. Es la ley de la calle. «Venimos de Santander; esta es nuestra Policía y los otros, unos traidores», dice Merche, emocionada tras el minuto de silencio. El silencio azul y verde, dispuesto, ahora sí, a dar la batalla.

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