miércoles, 17 de noviembre de 2021

Alfombra de mascarillas

Eso del vivir a la madrileña, que ahora se lleva, incluye dos estampas de mayor o menor novedad, con el Covid de fondo. Aquí van, alcalde. Una primera estampa, la del orfeón de amigas que van de despedida de solteras, al fin, porque antes la soltería era la soledad de confinamiento. Y una segunda estampa, que es la mascarilla en el suelo, como un jirón de gastada usanza, con algo de servilleta alada, con algo de preservativo imposible. Ni siquiera la basura es, ya, lo que era. Esto de arrojar en la calle la mascarilla usada nos acredita como unos incívicos que se resisten a perder las malas costumbres. Fuimos gentío de ir tirando por ahí la colilla del Marlboro, o cosas aún peores, y ahora resulta que nos deshacemos de la mascarilla en mitad del Paseo de la Castellana, antes de cruzar un semáforo. Madrid es una ciudad más bien limpia, alcalde, salvo rellanos recónditos del centro, donde hay una mugre imbatible, pero queremos ir dejando en cualquier sitio las sobras del vivir, que ahora tienen de improvisada lencería una mascarilla. Yo, efectivamente, he ido viendo, a rachas, que la mascarilla tiene algo de ropa interior, de retal de corsetería que se pone en la boca, pero no sospeché que pudiéramos soltar la mascarilla ahí en medio de una plaza, de pronto, como unas bragas apócrifas, breves y caducadas. Se van viendo muy a menudo. Los grupos que van de despedida de solteras no prescinden de la mascarilla, pero sí llevan a menudo todos esos atavíos de la juerga prenupcial, que incluye banda al pecho, sombreritos pícaros, y toda esa pesca. Me parece tristón esto de celebrar la despedida de ser soltera, o soltero, porque la soltería es la libertad, o sea, el vivir suelto, y no sé porqué toca darse la alegría de pasar a una vida donde la soltería se extingue. Obviamente, la soltería va por dentro, y resulta una condición espiritual, pero también por eso me parece que es mejor evitar la celebración de que eso se acabó, reuniendo al respecto a una copa de amigas, o amigos, bajo un entusiasmo digno de mejor causa. La caída de contagios del coronavirus ha traído dos estampas no precisamente memorables: la novia que se despide de vivir suelta, y la mascarilla que va alfombrando para mal la ciudad pulcra, invernal, y soleada.

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