
El largo pasillo que en la sede central de la Audiencia Nacional da acceso a las salas donde se celebran los juicios recuerda irremediablemente a un tanatorio, con sus temperaturas por debajo de lo deseable y un paisanaje en corros que comenta en bajito entre el nervio y el susto. Allí, como aquí, también se acaban escuchando buenos chistes porque allí, como aquí, pocas cosas hay que hacer más que llorar o reírse. Y en ese trajinar de gente que espera a que el tribunal decida sobre una o varias vidas -que no son delitos de los de irse con una colleja a casa-, destaca entre abogadas de suela roja y acusados que van del traje caro a las chanclas...
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