Crear conflicto donde no lo hay y generar controversia para contentar a los propios. La decisión de la Generalitat de crear un programa para fiscalizar el uso de las lenguas con que se lleva a cabo la docencia en los campus catalanes ha causado intranquilidad y también extrañeza entre parte del profesorado, que rechaza una medida que ven como una nueva imposición en un ámbito, el universitario, en el que hasta ahora, y pese a los intentos de extender allí la inmersión lingüística, se funcionaba con una relativa normalidad, como en el conjunto de la sociedad. «Me da la impresión de que desde la administración, desde la política, se está generando un problema donde en realidad no lo hay. La universidad no deja de ser un reflejo de la sociedad, y allí, excepto en casos concretos, lo que hay es una convivencia flexible, en la que las personas saltan de una lengua a otra sin problema», explica a ABC Josu de Miquel, profesor de Derecho Constitucional, ahora en la Universidad de Cantabria y que durante diez años, hasta 2019, ejerció como docente en la Autónoma de Barcelona, dando clases en las facultades de Derecho, Ciencias Políticas y Periodismo. Alérgico a cualquier medida que sea impositiva, De Miguel explica que la pretensión de controlar el idioma de los profesores es un tiro en el pie para un sistema donde lo que debería primar es el talento, algo que considera que, en líneas generales, ha caracterizado a las universidades catalanas. En la misma línea se pronuncia Mario Arias, profesor de Marketing en la Universidad Complutense de Madrid, y durante 25 años docente en la Rovira i Virgili de Tarragona, para quien antes «no existía problema alguno: español y catalán convivían. Con el paso de los años el brillante proceso de ingeniería social ha polarizado la sociedad catalana, tratando de imponer una lengua sobre otra. La última ocurrencia, supervisar el idioma en el aula, así lo demuestra, otro frente más para desgastar la convivencia e intentar lograr su anhelo». Dejar Cataluña Josu de Miguel dejó Cataluña no por los intentos, fallidos, de imponer la lengua, sino por circunstancias familiares. Desde la distancia ve de hecho inviable un intento de control que, asegura, no conviene a la universidad. Según avanzó la Generalitat el pasado martes, las universidades deberán elaborar informes cada seis meses donde se recogerán todas las incidencias que se produzcan sobre cambios en la lengua de docencia. Según se detalló, la consejería pretende que las clases se impartan en la lengua que aparece en los planes y no haya cambios de última hora para «garantizar los derechos lingüísticos de los alumnos y el profesorado». La medida llega después de las quejas puntuales, ampliamente difundidas en las redes sociales en ámbitos independentistas, de estudiantes que, matriculados en una asignatura en catalán, veían cómo el profesor cambiaba al castellano para facilitar las clases a gente venida de fuera de Cataluña. «Dentro del aula es el profesor el que acaba decidiendo. En todos mis años en Cataluña nunca he tenido problemas por ello», explica De Miguel, que sí ve contraste entre esta comunidad y el País Vasco, «donde la imposición de la lengua sí es realmente limitativa» y, de hecho, le llevó en su momento a marcharse «para poder desarrollar» su carrera académica. Otro tanto apunta el profesor Arias, quien tampoco recuerda conflicto alguno con sus alumnos por impartir sus clases en castellano en los cinco lustros que ejerció en Cataluña. De fondo, la realidad tozuda de la universidad catalana, donde, como en el conjunto de la sociedad, se impone un bilingüismo de facto, sin mayores conflictos más allá de casos puntuales. Según los últimos datos oficiales, el catalán gana peso y se mantiene como lengua de uso mayoritaria en los grados (77% de las clases), pero no sucede lo mismo en las clases de máster, donde el castellano y el inglés, sobre todo en las universidades de mayor prestigio e internacionalizadas, como la UB o la UPF, se impone al catalán. A diferencia de Josu de Miguel, Mario Arias sí cita el clima político y la presión nacionalista como uno de los motivos para dejar Cataluña: «No fue fácil, y los motivos fueron múltiples, pero entre ellos, trabajar en un entorno académico y en una sociedad en la que no existe la debida neutralidad facilitó la decisión de cambiar de universidad». En la Complutense, añade Arias, «la lengua que hablas no importa, ni te ayuda ni te perjudica. Lo que se valora es lo que puedes aportar a la sociedad con tu actividad docente e investigadora en función de tu mérito y capacidad». Realidad bilingüe «La realidad de las aulas universitarias es claramente bilingüe. Es delirante que se anuncien informes para presionar a profesores que solo pretenden facilitar la comprensión de los contenidos. Y es muy lamentable que haya colegas dispuestos a colaborar en este esperpento. Deberíamos negarnos todos», explica por su parte Maribel Fernández, profesora de Periodismo en la UAB. «Tratar de uniformizar el pensamiento con manifiestos únicos y la lengua de comunicación en la Universidad es incompatible con un entorno democrático sano. Estoy convencida de que quienes defendemos el respeto a la libertad ideológica y la convivencia lingüística vamos a ganar esta batalla. No puede ser de otro modo», añade Fernández, desde hace años en la primera línea en la defensa del pluralismo y la libre elección de lengua en los campus.
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