
Daoíz y Velarde otean, estupefactos, el paso de las horas y el deterioro del que es, desde hace 88 años, su enclave en la capital. Desde su privilegiada posición, en medio de la plaza del Dos de Mayo y protegidos por el Arco de Monteleón, contemplan el escenario de contrastes que se abre ante sus ojos: a su derecha, decenas de niños se tiran por los toboganes y corren entre los columpios de dos parques después de terminar la jornada escolar, disfrutando del presente, sin preocupaciones; a su izquierda, ocupando los bancos de piedra, se suceden las personas sin hogar, con semblantes castigados por una vida en las calles. Los dos mundos se dan cita cada tarde en la céntrica...
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