lunes, 28 de diciembre de 2020

Dalí se encomienda a químicos y gemólogos para salvar una de sus joyas del posible ataque de una bacteria

La ciencia ya se puso de su lado para, exhumación mediante, echar por tierra la demanda de paternidad que interpuso Pilar Abel y ahí está de nuevo, aplicada y diligente, jugando un papel primordial en la restauración de una de sus valiosas y enrevesadas joyas. En concreto, de la «La cruz del ángel», pieza que Salvador Dalí ideó en 1960 y que ahora ha necesitado de la intervención de joyeros, químicos, gemólogos y mineralogistas para restaurar la pirita-marcasita, uno de los materiales de los que se compone una joya que, según el artista, es la encarnación misma de la existencia. Esto es: «la transformación gradual desde el mundo mineral hasta el ángel». Según ha explicado la Fundación Dalí en un comunicado, el material se habría degradado «por un incremento puntual de la humedad relativa y un posible ataque bacteriano» por lo que, ha recalcado la institución, por primera vez ha hecho falta «la intervención de un equipo multidisciplinario tan diverso» en una de las 38 joyas de la colección Owen Cheatham. Seis meses de trabajo después, los científicos han logrado reducir la humedad relativa dentro de un recipiente sellado, han aplicado vapores amoníaco para neutralizar la posible presencia de bacterias, y han enviado una muestra de sulfuro a unos laboratorios de Corea para realizar la secuenciación del ADN y determinar si hay presencia de bacterias. El problema, según la Fundación, estaba en que la pirita-marcasita que contiene la joya reacciona ante la presencia de humedad oxidándose y generando sulfatos, lo que que ha provocado la disgregación de una parte de pieza. Ahora, una vez finalizada la intervención, sólo queda esperar los resultados de la secuenciación del ADN para saber si hay presencia de bacterias, identificarlas y conocer su comportamiento, información que permitirá valorar medidas adicionales para evitar la degradación de la joya en un futuro. «La cruz del ángel», con su mezcla de oro, ámbar líquido, diamantes, platino, coral, topacio, citrino y lapislázuli, entre otros materiales, era para Dalí una representación simbólica de la perfección. En sus propias palabras, «el mismo cubo que inmoviliza la estructura de la Cruz de coral se basa en el número 12» como las doce agujas de la base, que recuerdan el movimiento de las puntas de los erizos de mar. Para la cultura occidental, el doce es simbólico, representa el número de la perfección. La pieza permanecía expuesta en el espacio Dalí·Joyas del Teatro-Museo Dalí de Figueres hasta que, en una inspección rutinaria, los conservadores-restauradores observaron que un fragmento de la base de la obra se había desmenuzado. Empezó entonces una intervención en la que participaron joyera Noa Florensa, los gemólogos Montserrat Bagué y Josep M. Serrano y el químico y mineralogista Joan Rosell, quienes acabaron deduciendo que un incremento puntual de la humedad relativa habría iniciado una reacción de oxidación y habría generado sulfatos, los cuales habrían favorecido la disgregación de la marcasita.

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