No era exactamente calor, era un amable bochorno el que acompañaba los primeros compases de ese repecho creado como para Alejandro Valverde que es el paseo de la Ermita. Para llegar a la Pradera había que subir el cuestón como un camino, quizá, de perfección; una penitencia para milagrearse después con las aguas benditas del Santo. Tras el acto institucional del año pasado, este domingo, día grande, Madrid se volcó en su Pradera de San Isidro . No se cuantificó el desnivel de la mentada calle, pero los caballos de la Policía Municipal se encabritaban en vista de la gravedad y la distancia, y había risillas, las de un anónimo que cortaba panes para bocadillos y confesaba con un lacónico «vamos a ver» cómo iba a acabar el día, el día grande. Todo en la trasera de una 'furgona' donde se adivinaban presuntas chacinas. Agua milagrosa Las torres chatas e historiadas del Madrid de siempre, a pesar del sol difuso, refulgían mientras el sano pueblo madrileño guardaba más de «hora y pico» de fila con parpusa y sin parpusa, con clavel y sin clavel, como Rosario, para el agua o la Ermita. «No sabes, hijo, lo bien que, después de todo lo que hemos pasado, hace estar aquí. Y he venido por muchas que ya no están». Y tenía razón, porque salvando la ofrenda 'isidril' del año pasado, el último San Isidro en la Pradera tuvo su zapatiesta como un concurso de políticas y políticos, de la Asamblea y el consistorio, customizados, ganándose el favor del pueblo a pesar de la calor. Y hasta un escrache se vio. De izquierda a derecha, Rita Maestre, Yolanda Díaz y Mónica García - EP Eran otros tiempos, porque aunque este domingo a Yolanda Díaz, que parece que va de feria en feria por las tierras de España, le gritaron a una sola voz lo de «fuera comunistas de Madrid», no fue la clase política la protagonista. Sí fue protagonista la cantidad de niños, casi bebés, que quizá no recordarán la pandemia y que, como Virginia, era llevada a caballito con un clavel que la hacía madrileña por lo floral. Los chulapos más madrileños, los asociados en Hortaleza, ya se habían 'arrimado' más a la mañana, y bajaban a «por otra agua» a los bares, tranquilos, que son los aledaños de la Pradera. Y se lo merecen, que para eso imparten clases de chotis todo el año en el Centro de la Merced. Más que el 'kit' de chulapo, se va poniendo de moda una mochila/nevera, de marca muy conocida y campestre, que Fernando abría con su boina que quería ser parpusa y que seguramente vendría de China: como todo. La llevaba, la mochila/nevera, a todo meter, y es que casi no le cabía ese mantelito que es tan goyesco aunque pasen los años. Paseíllo de Almeida Frente a la Ermita, un organillo (en realidad era un altavoz tuneado) volcaba pasodobles que junto a las campanas que llamaban a misa de una daba un ruido como de Domingo de Ramos con mojitos —7,50 euro— en vez de palmas. También frente a la Ermita, los componentes del chotis @chotiscarmenydavid, sean quienes sean Carmen y David, habían dejado sus bártulos bajo una breve arboleda que daba sombra y permitía en lontananza ver qué político soltaba un canutazo en festivo, que ya son ganas. Más arriba, las multitudes de la misa, y abajo dos técnicos de televisión se marcaban un baile por Agustín Lara, aquel mexicano que cantó a Madrid sin pisarlo. Parejas de chulapos bailan chotis, este domingo, en la Pradera - ISABEL PERMUY Los profesionales trabajaban en espera de que llegara Almeida, saludador, agarrando niños con dominio del oficio y fotografiándose con votantes, con contrarios que le pedían «ampliar la zona azul» y hasta con vecinos como Viri, que, ajena a siglas, defendía su selfi consistorial con el chovinismo de haberse «'retratao' con el alcalde de la capital de España, nene». El alcalde llegó tarde al sarao, y antes una anciana, con las secuelas de haber vuelto del ultramundo y vivir el día a día, berreaba con no muy mal tono lo del «mantón de Manila». Toda una metáfora de Madrid, que recuperó la sonrisa aunque va perdiendo el traje de chulapo y la parpusa por los pantalones cortos y un clavel con el que creen los jóvenes que cumplen. Tanto tiempo de tapabocas ha trastocado el olfato, pero las carnes de Ávila lucían lustrosas en los merenderos, y el que más y el que menos pasó su buena jornada de Pradera. Lo mismo una criaturita de tres años que Yolanda Díaz: lo que se dice una fiesta popular.
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