El 14 de abril de 1931, desde la balconada del Ayuntamiento de Toledo, se proclamó la Segunda República española y dos alcaldes toledanos, el saliente Alfredo Van den Brule (monárquico) y el primer alcalde republicano, José Ballester, saludaron a una muchedumbre enfervorecida por este hecho que estaba congregada en la plaza. Ese es el lugar en el que el periodista y escritor Enrique Sánchez Lubián esperaba esta semana a ABC, medio del que ha sido colaborador, para hablar de su nuevo libro, 'Toledo en la II República. Ruta por el Toledo republicano' (Toletum revolutum), que presenta este jueves a las 19.30 horas en la feria del libro de la Plaza de Zocodover. Allí estará acompañado de dos protagonistas indirectos de esta historia, como son J avier Mateo, exconcejal de Ganemos Toledo y uno de los ideólogos de la ruta que ahora se ha convertido en libro, y Milagros Tolón, regidora toledana y descendiente de Guillermo Perezagua, el alcalde republicano más importante que tuvo la ciudad. El antepasado de la actual alcaldesa es uno de los muchos protagonistas de la ruta que Sánchez Lubián confeccionó para conmemorar en Toledo el aniversario en 2014 de la proclamación de la II República el 14 de abril. «Estando por aquel entonces de concejal Aurelio San Emeterio, junto con Javier Mateo y Javier Manzano en el Grupo Municipal de Izquierda Unida, me platearon la posibilidad de hacer un itinerario por el Toledo republicano», cuenta el autor a ABC. Según recuerda, «la ruta se hizo un fin de semana y tuvo una gran aceptación, por lo que se hizo varias veces más con tres grupos: uno guiado por mí, otro por Javier Mateo y otro por la historiadora Natividad Rodrigo. El proyecto se quedó encuadernado y guardado en un cajón, y solo he repetido ese itinerario con algún grupo de amigos, pero cuando la editorial 'Toletum Revolutum' comenzó su actividad, su responsable, Javier Manzano, me encargó su publicación en forma de libro, algo que se ha retrasado por culpa de la pandemia». De este modo, el ya periodista jubilado se puso a trabajar en un texto para recuperar la memoria de los cinco años de la II República en la ciudad de Toledo. «Javier Manzano me insistió en el hecho de que el libro tenía que tener cierto interés para los jóvenes, por lo que yo lo he planteado como una crónica social, periodística y cultural, más que como un estudio científico y metodológico de ese periodo histórico. El objetivo -explica- es dar a conocer que, pese a ciertos clichés o falsas creencias, no fue una época nefasta y, en general, la vida española fue bastante normal y la convivencia se mantuvo intacta prácticamente hasta los días anteriores a la Guerra Civil». Algo que recogen los medios de la época, incluso el periódico católico 'El Castellano', que en su crónica de la proclamación del nuevo gobierno del 14 de abril de 1931, cuenta que hubo un «gran júbilo popular» y un «respeto total» por parte de todos los partidos políticos, desde la izquierda a la derecha. «Cuando se habla de republicanos hoy, la gente normalmente los identifica con la izquierda. Sin embargo, durante la II República hubo partidos de todas las tendencias bajo la bandera republicana y, de hecho, la mitad de los cinco años que duró ese periodo estuvieron gobernados por la derecha», subraya. En la ciudad de Toledo ocurrió prácticamente lo mismo, ya que en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, de los 25 concejales electos salieron 15 de la conjunción republicana socialista y 10 de los monárquicos, siendo la convivencia entre ellos relativamente normal. Los tres alcaldes que hubo en ese periodo fueron republicanos moderados: el primero de ellos fue José Ballester, que fue profesor de la Escuela Normal de Magisterio de Toledo; luego le siguió Justo García, que era un obrero carpintero de tendencia más derechista y, por último, Guillermo Perezagua, partidario de Manuel Azaña y propietario de una conocida taberna en el Real del Arrabal, conocida como 'La Galleta'. «En la ciudad de Toledo, en ningún momento, gobernaron las izquierdas, sino que lo hicieron en coalición con otros partidos de centro o centro-izquierda», apunta Sánchez Lubián. El autor del libro cuenta que Guillermo Perezagua fue en esas primeras elecciones municipales del 12 de abril de 1931 el candidato más votado, pero la conjunción republicana socialista eligió, sin embargo, a José Ballester como regidor, cargo que ostentó desde el 14 de abril hasta octubre de ese primer año, cuando pasó a ser diputado de las Cortes constituyentes. Después tomó el relevo Justo García, que gobernó en la ciudad hasta diciembre del 1932 y, tras una crisis municipal, Perezagua se convirtió en alcalde por primera vez, pues lo fue en dos ocasiones durante la II República. El escritor y periodista Enrique Sánchez Lubián posa con el Ayuntamiento de Toledo detrás - H. Fraile El primer mandato de Guillermo Perezagua duró desde 1932 hasta octubre de 1934, cuando estalló la Revolución de Asturias, momento en el que se detuvo a Manuel Azaña y él, como miembro de su partido y en solidaridad por esos hechos, dimitió. Después, el 16 de febrero de 1936, con la victoria en las elecciones del Frente Popular, se le nombró primero gobernador civil y a las 24 horas pasó a ser alcalde de Toledo, cargo que mantuvo hasta la entrada en Toledo de las tropas franquistas tras el golpe de Estado y el inicio de la guerra. «Guillermo Perezagua dejó su huella en Toledo y a él se debe la liberación de la Puerta de Bisagra, el hermanamiento con Toledo Ohio (ciudad de Estados Unidos) o la creación de una centralita telefónica, algo para lo cual fue necesario hacer varias zanjas en las calles, como ha hecho décadas después su descendiente y sucesora en la alcaldía, Milagros Tolón», dice con sorna Sánchez Lubián. Pero, según indica, la principal preocupación del alcalde toledano más importante de la II República fue el empleo y conseguir dar trabajo a todos los vecinos sin ocupación. Además, creó en verano de 1936, cuando la guerra ya había estallado, un comité para la defensa del patrimonio junto con artistas y profesores de la Escuela de Artes, para lo cual hicieron un inventario de bienes que había en los conventos y otros edificios históricos. Otra de las aportaciones de la II República para la ciudad de Toledo fue la construcción de la piscina del Campo Escolar, que se inauguró en el primer aniversario de la proclamación, el 14 de abril de 1932, y que se construyó a iniciativa del concejal republicano Luis García Galiano. En ese periodo, el convento de Santa Fe pasó a ser propiedad del Estado, se rehabilitó el edificio de Correos y el actual centro de salud del Casco histórico, en la calle Sillería, se abrió entonces como Centro de Previsión Regional de Castilla La Nueva. Y, como curiosidad, el famoso himno a Toledo del maestro Cebrián se instauró en esos años. Más allá de los alcaldes, hubo otra serie de personajes destacados durante ese periodo. Así, Sánchez Lubián trae a la memoria a Félix Urabayen, que fue profesor también de la Escuela de Magisterio y «el gran literato de aquellos años que reflejó en sus novelas la vida social de la ciudad como pocas veces se ha hecho». Además, recuerda que fue amigo de Manuel Azaña y miembro de su partido, Izquierda Republicana, siendo candidato en las elecciones de 1936, aunque no consiguió ser elegido diputado. Prueba de esa relación es una fotografía de un mitin que hubo en el Teatro de Rojas en el que ambos aparecen juntos. Mitin de Manuel Azana en el Teatro de Rojas de Toledo para las elecciones del 1936 - Rodríguez Por otro lado, resalta también la figura de José Moscardó, que durante aquellos años era el director de la Escuela Central de Educación Física, donde el equipo español de pentatlón estuvo entrenando de cara a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Este militar tuvo un importante papel en la vida social de Toledo y, de hecho, cuando se produce el alzamiento del 18 de julio de ese año, no se encontraba en la ciudad, sino que estaba en una reunión en Madrid para preparar las olimpiadas. Un papel trascendente desempeñó también el por entonces arzobispo de Toledo, el cardenal Pedro Segura, que tuvo desde un primer momento una actitud contraria a la proclamación de la República. Por eso, dos meses después, tal y como cuenta el autor del libro, el Gobierno de España pidió al Vaticano que lo cesara. Se fue de España, pero volvió clandestinamente y fue detenido en Guadalajara, siendo de nuevo expulsado. A él le sucedió el cardenal Gomá, que de primeras no fue tan beligerante, aunque apoyaba a los partidos monárquicos, pero cuando se produjo el golpe de Estado fue quien acuñó el nombre de 'Cruzada nacional'. Pero eso es otra historia, ¿o no? La banda de música y los cadetes de la Academia de Infantería de Toledo se suman a la manifestación popular tras la proclamación de la II República - Rodríguez La ruta por el Toledo republicano La ruta que inspira el libro arranca en la Plaza del Ayuntamiento, desde cuya balconada se proclamó la II República tras la firma del traspaso de poderes entre el anterior alcalde monárquico, Alfredo Van den Brule, y el republicano José Ballester. Desde allí se dirige por el Pasadizo de Balaguer hacia la Plaza del Salvador, donde se encontraba el Gobierno Civil en la esquina con la calle Rojas, para llegar después hasta la Sala Garcilaso y se explica su importancia por la celebración allí de varios mitines obreros, entre ellos el primer acto en Toledo del fundador del PSOE, Pablo Iglesias, a finales del siglo XIX. El siguiente punto es la Plaza de los Jesuitas, orden religiosa que fue expulsada de España con la II República y justo en 2014, cuando se creó la ruta, el Ayuntamiento les nombró 'ciudadanos de honor' en el acto del día de San Ildefonso. El recorrido prosigue por la calle Alfonso X y, al pasar por el actual edificio de Hacienda, se recuerda que José Calvo Sotelo estuvo en los años 20 destinado en Toledo, ciudad de la que era originaria su mujer, antes de ser director general durante la dictadura de Primo de Rivera. De ahí se dirige al Palacio de Lorenzana, instituto del cual varios de sus profesores fueron concejales republicanos en los primeros años del siglo XX, entre ellos el fotógrafo Casiano Alguacil o incluso Julián Besteiro, que como diputado llegó a ser presidente de las Cortes constituyentes de la II República. De Lorenzana se baja a la Plaza de los Postes, uno de los lugares en los que el 14 de abril de 1931 la manifestación ciudadana se dirigió porque allí vivía un militar que era el segundo jefe de la Escuela de Gimnasia de Toledo y unos días antes de la proclamación de la República fue trasladado a Canarias por haber participado en varios mitines del Partido Republicano. Llegando a la esquina de la calle Hombre de Palo y Arco de Palacio se explica el cambio de los nombres de vías durante ese periodo, siendo el más significativo el de esta última, que pasó a llamarse Carlos Marx. En las Cuatro Calles se destacan las figuras de dos personajes importantes, que son Casiano Alguacil y Vicente Blasco Ibáñez, representante del republicanismo y autor de la novela 'La Catedral' a cuya figura está dedicada la calle Chapinería. La próxima parada es el Teatro de Rojas por su relevancia como escenario político por el que pasaron numerosas personalidades desde finales del siglo XIX hasta la guerra civil española. A continuación se sube hasta la Plaza de la Magdalena, una de las zonas más vigiladas durante la contienda, al estar en la calle Juan Labrador los talleres donde se hacía el diario católico 'El Castellano', lugar en el que se construyeron los túneles hacia el Alcázar para colocar las minas durante su asedio. En ese entorno se recuerda la figura de Domingo Alonso, militante y concejal del PSOE que realizó una gran labor de propaganda como periodista en diferentes periódicos. A los pocos días de comenzar la guerra y en pleno asedio del Alcázar, un grupo de guardias civiles que defendían el edificio, con la intención de coger víveres y hacer algún rehén para canjearlo por el hijo de Moscardó, intentaron llevarse al por aquel entonces primer teniente de alcalde socialista, pero se resistió y fue tiroteado, dejándolo malherido en la calle. Posteriormente falleció, mientras que su mujer y su hija fueron retenidas. El Alcázar, como no podía ser de otro modo, también forma parte de la ruta, pero no por su asedio, sino porque el día siguiente a la proclamación de la República, el 15 de abril de 1931 por la mañana, los nuevos concejales del Ayuntamiento de Toledo se dirigieron al director de la Academia de Infantería, el coronel Mariano Gamir, para que permitiera que los cadetes y la banda de música se unieran a la manifestación ciudadana, imagen que sirve de portada del libro. Bajando del Alcázar, se llega a la Plaza de Zocodover, también escenario de la proclamación y, desafortunadamente, porque tras las elecciones de febrero de 1936 se produjo un asalto a la sede de Falange durante una manifestación y por ser el sitio en el que tuvo lugar el conocido como el crimen de Moraleda. Este es el apellido de dos hermanos que eran los dueños del Café Toledo y del Oriental (donde ahora está el bar Nuevo Almacén) que en 1934, durante un conflicto sindical, fueron tiroteados en el paseo del Miradero y por lo que fueron acusados tres camareros, un hecho que tensionó muchísimo la situación política y social en la ciudad. Desde el Miradero se mira al Hospital Provincial de Toledo, que fue una de las grandes obras de la época porque fue uno de los primeros edificios hospitalarios hechos siguiendo los nuevos criterios de la medicina higiénica. Pero, sobre todo, porque en su construcción participaron un grupo de arquitectos, entre ellos Luis Lacasa y Manuel Sánchez Arcas, que luego hicieron la Ciudad Universitaria en Madrid y el pabellón de España en la Exposición Universal de 1937 en París, donde se exhibió 'El Guernica' de Picasso y la famosa escultura del artista toledano Alberto Sánchez (cuñado de Luis Lacasa), 'El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella'. A continuación se baja hasta el Real del Arrabal, donde tenía la taberna Guillermo Perezagua, en concreto en el número 15 de esta calle. Ya conocido por su papel durante la II República, el famoso alcalde republicano se tuvo que marchar tras entrar en la ciudad las tropas dirigidas por el general Varela en dirección a Villacañas y, al terminar la guerra, fue apresado, juzgado y condenado a muerte. Por eso, su mujer, Benita Tolón, recurrió a sus amigos de Toledo Ohio para que mediaran con el régimen de Franco, consiguiendo salvarle la vida y conmutarle la pena capital por 30 años de prisión. Años después fue puesto en libertad, pero fue desterrado de Toledo, donde no pudo regresar ya ni vivo ni muerto. El punto final de la ruta es el Paseo de la Vega por dos razones. En primer lugar, porque el 15 de abril de 1931, un día después de la proclamación de la República, la manifestación ciudadana terminó en este lugar, en concreto en la conocida como la Casa de Corcho -que se está rehabilitando-. Allí se produjo un gran mitin de afirmación republicana y el alcalde José Ballester dictó un segundo bando (el primero fue el 14 de abril) con el que agradeció a los toledanos su apoyo. Y, en segundo lugar, en el Paseo de la Vega se encuentra otra escultura de Alberto Sánchez, que sirve para recordar que dentro del panorama cultural de la ciudad de Toledo la figura más importante fue este artista, antes panadero y herrero, nacido en el barrio de las Covachuelas. Cuando comenzó la guerra, el Gobierno le mandó a Rusia para dar clases de dibujo a los niños enviados a aquel país. La intrahistoria de la escultura dedicada a la mujer toledana que allí se expone, y que fue inaugurada por Rafael Alberti en 1982, es muy curiosa. La previsión era instalarla frente a San Juan de los Reyes, según había planificado en los años 70 el entonces gobernador civil, Enrique Thomas de Carranza. Pero fue sustituido por un militar, Fernando Pérez de Sevilla y Ayala, general del Ejército que dio carpetazo a esta iniciativa argumentando que él no ponía un monumento “a un rojo”. Allí se encuentra ahora la imagen de Isabel la Católica y la de Alberto Sánchez, por su parte, está en el Paseo de la Vega, fin de trayecto del Toledo republicano.
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