Poco menos de la mitad de la población un pequeño pueblo de 50.000 habitantes a los pies de Castellón llamado Villarreal vivió una noche agridulce en el estadio de La Cerámica en el partido más importante de la historia de su equipo desde que también cayeran en la semifinal de la Champions ante el Arsenal por allá en 2006. La afición amarilla vibró y rugió con los suyos para empequeñecer a un gigante, uno de los mejores Liverpool que se recuerdan, y eso son palabras mayores para un club que ha levantado seis Copas de Europa. La gesta se intuía utópica, pero el fútbol, un arte tan bonito como impredecible, decidió que hubiera épica bajo la lluvia castellonense. El Villarreal murió en la orilla de la remontada ante un Liverpool acostumbrado a torear en plazas complicadas. Pero, contra pronóstico, sufrió ante el calor del antiguo Madrigal, un feudo que nunca destacó por el calor de su hinchada. En efecto, esta ocasión era diferente, era un día señalado como aquel de 2006, donde solo un penalti errado por Riquelme les dejó agónicamente fuera de la final. En los segundos previos al choque, un enorme tifo con la palabra ‘endavant’ (adelante) protagonizaba la tribuna del estadio local. En un costado, entre un mar de banderas y bufandas amarillas, se podían leer las iniciales del club (VCF); en el otro, un submarino parecía querer amedrentar a los de la ciudad de los Beatles. Un niño enfocado por las cámaras de televisión dibujaba con sus dedos un 3-0. El pueblo, cuando nadie creía en su equipo, confiaba en virar el difícil resultado de Anfield. El partido comenzó entre cánticos de «a por ellos» y música de viento cada vez que un jugador vestido de rojo rozaba el balón. Cuando la confianza gobierna entre un grupo de personas ni la lluvia puede enfriar su convicción. Y, cuando Dia hizo el 1-0 en el minuto tres, La Cerámica estalló en júbilo. Aupados por su hinchada y por el temprano gol a favor, el Villarreal posicionó su defensa en el medio del campo, presionó con corazón la salida de los de Klopp y se instaló en el campo inglés. Las ocasiones locales se sucedían y los gritos de aliento y de lamento se alternaban entre las 23.000 gargantas presentes en una cita que jamás olvidarán. El Liverpool, herido, encajó el segundo, un testarazo bellísimo de Coquelin, mientras vivía una noche negra. Era superado en el césped e intimidado por un gentío que suele habitar en la calma y la mesura. Pero ya lo saben en el Bernabéu: la Champions League despierta instintos otrora inverosímiles. Sin embargo, a la vuelta de vestuarios, el histórico club inglés despertó. Dos goles tempraneros de Fabinho y Luis Díaz apagaron el sueño de un poblado y bajaron los decibelios que reinaron el primer tiempo en La Cerámica. Mané hizo el 2-3 definitivo y con él llegó, por primera vez en la noche, el silencio absoluto; el partido llegaba a su ocaso desprovisto de tensión. Pero la emoción regresó en el descuento: la afición local, orgullosa de los suyos, cantó el himno del club al unísono, bufandas al viento, para homenajear el esfuerzo de un Villarreal que creyó en la gesta.
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