domingo, 4 de octubre de 2020

Vendimina, berrea y bastante más

Acabamos de abandonar septiembre, un mes de transición excepto si se vive en zona de viñedos; el cereal lleva tiempo en los graneros y por la festividad de San Miguel –al aire libre el santoral todavía rige el calendario– las merinas se pusieron en movimiento. Los urbanitas de todo pelaje desembarcaron con la arena pegada a las suelas de los zapatos y la desabrida sensación de que el far niente se ha disuelto en el horizonte. Los humanos jóvenes que aún no han perdido el color veraniego lo han lucido en terrazas y merenderos porque resulta muy atractivo parecerse a las grandes tribus de los siux o los cheyenes aunque no se utilicen las plumas características. Para casi todos es un tiempo insulso, de adaptación. ¿Y para los cazadores? Pues quienes viven la naturaleza han desperezado el ánimo, los días son más largos y el sol, ese dictador que gobierna la meseta, no resulta tan severo. Las mañanas nacen frescas y cada tarde la vida silvestre despierta con mayor brío: los corzos se mueven antes y los ciervos andan alocados con el comezón del celo y allá en la bendita Andalucía desde los primeros días del mes se oyó reclamar a los machos. En el resto de España los venados son más religiosos y su berrea coincide con la fecha del Arcángel. Las polladas de perdices, las que sobrevivieron a una primavera muy lluviosa y al hambre de los innumerables predadores que se mueven sin enemigos por nuestra piel de toro, ejercitan sus músculos compitiendo, en vuelos aún muy cortos, entre todos los hermanos de la misma puesta. También los mancones, esas crías de anátidas, copian a las malvasías porque todavía no se atreven a elevarse a las alturas. Y en las cumbres, los de la pezuña hendida no se resignan a vestirse de invierno y siguen buscando sombras con sus livianas ropas veraniegas. Pues qué quiere Usted que le diga, a mí me parece que ocurren bastantes cosas.

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