Estos días de canícula estival que hemos pasado me han traído a la memoria aquellos otros análogos en la playa de Sanlúcar de mis años de infancia. La desembocadura del río era la vía de salida de multitud de aves que se habían criado en la inmensidad de la marisma, donde ahora el agua se les secaba e iniciaban un éxodo en migración radial, y quizás divagante, a la busca de otras zonas húmedas. A nosotros nos llevaban cada mañana a la playa de Bajo de Guía a socializar con primos y amigos en un sinfín de juegos, carreras, ejercicios de pesca y baños. La tata, siempre vigilante con pies descalzos en la orilla, nos esperaba a la salida del agua con dos importantes elementos a mano: una toalla para secarnos y una copita de oloroso dulce para calentarnos y abrirnos el apetito previamente al almuerzo. A la querida tata Isabel hoy la llevarían a comisaría por administrar alcohol a los niños… El corredor del río, con Doñana al otro lado, era escenario del interminable desfile de charranes, fumareles, cigüeñuelas, avocetas, archibebes, garzas, espátulas y flamencos, que siempre adornaban con su paso el espectáculo de las famosas carreras de caballos. Unos buscaban aguas próximas en la bahía de Cádiz o en las lagunas interiores. Otros se aventuraban más allá, hacia el norte de África o hacia Oriente Próximo. Tan solo dos especies de fauna realizaban una migración inversa. Una era la de los delfines, cuya entrada y subida por el curso del Guadalquivir se producía después de las mareas de Santiago. ¿Adónde irían? ¿Qué buscaban en la cuenca del río? La otra era la de los babancos o lavancos, unos patos que los libros llaman tarros canelos y que, procedentes del norte de África, pasaban el otoño/invierno en nuestras salinas y esteros. Verlos desde la playa llegar cada verano, volando bajo sobre las aguas del Betis en grupos familiares y mostrando sus distintivas marcas alares blancas, era una señal que me traía la promesa del comienzo de los días de caza, que ya se continuarían sin interrupción hasta final de febrero. Hoy la marisma es muy diferente de aquella de mi niñez. Con una frecuencia muy escasa tiene lugar un buen año de cría, porque el régimen hídrico ha resultado totalmente destruido y porque la gestión medioambiental deja mucho que desear. Ya no sale esa pléyade alada por el cauce del río en verano, ni entran los delfines, y los babancos no se ven ni siquiera de forma accidental. Hay más citas de ellos en los lagos de los campos de golf o en los embalses creados para el regadío que en las esquilmadas marismas del Guadalquivir. Pero esas aves quizás no sean herederas de aquellas que nacieron en los oasis de las zonas desérticas del norte de África y venían luego a invernar con nosotros, sino más bien aves escapadas de colecciones cautivas que se han adaptado a la libertad. La marisma es un pálido reflejo de lo que era.
De Deportes https://ift.tt/2GztZOf
0 comentarios:
Publicar un comentario