Placa para una postal

La postal de Lugo no es la fachada principal de la catedral, ni el Cristo Majestad de su puerta norte, ni el paso del Miño («ouca dourada inmóbil», cantó Manuel María), ni el timbre eucarístico de Ciudad del Sacramento con la ofrenda del Antiguo Reino. La postal de Lugo es el cubo de A Mosqueira, con su ventanal como último vestigio de la primitiva construcción bajoimperial. Desde allí (imaginaron los pinceles de Modesto Brocos) humillaron los lucenses a las tropas musulmanas de Muza y tuvo raíz el linaje de los Bolaño: no hay nada como la fantasía de un pintor para aligerar el plomo de las genealogías.Allí, en A Mosqueira -ahora muy embellecida con sus recién estrenadas galas urbanísticas-, hubo feria de ganado y cacharrería y calderos de pulpo y luego un desangelado jardincillo y hasta una Cruz de los Caídos adosada al muro. Como respetamos el monopolio de Fole en la materia (también Cunqueiro se sometía a la primicia foleana en la revista 'Yunque'), evitemos la manoseada alusión a las impresiones del señor De Poncheville en el San Froilán de 1928, pero atrevámonos a sugerir la posibilidad de que una placa recuerde el paso de quien dejó, negro sobre blanco, el más literario y melancólico elogio de Lugo: «...un poète malade menerait une vie hereuse á Lugo». Hacía a pie el camino a Compostela el señor De Poncheville. Y ya antes que peregrino había sido romero y palmero. Era amigo de Stefan Zweig, resucitado ahora por lectores jóvenes, y de Francis Jammes, una de las devociones de nuestro Luis Pimentel. En aquel San Froilán de 1928, se cocía el pulpo en los calderos de A Mosqueira. Los garabatos negros de las pulpeiras le recordaron al viajero las brujas de Macbeth. «Fuego quema y caldero burbujea», dice el gran Shakespeare. Ahora, con A Mosqueira peatonal y engalanada, tal vez fuera procedente que una placa recordase el paso del señor De Poncheville, 'el peregrino poeta' como le llamó don François Mauriac, el del Nobel. A lo mejor, hasta era de justicia.

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