jueves, 30 de junio de 2022

El pederasta de Lardero no sufre ningún trastorno, solo insomnio

Francisco Javier Almeida, en prisión desde el pasado octubre por estrangular al pequeño Álex, de nueve años, en Lardero (La Rioja) no sufre «alteración psicopatológica alguna ni descompensación desde el punto de vista forense». Es una de las conclusiones de la pericial psiquiátrica que se le realizó al presunto asesino el pasado 17 de febrero, a cuyo contenido ha tenido acceso ABC. El pederasta de Lardero, de 55 años, que ya había pasado 26 en la cárcel por dos agresiones sexuales y un asesinato con alevosía, no sufre ninguna patología psiquiátrica y lo único que refiere es que tiene insomnio desde que está en prisión. Almeida se llevó a Álex con engaño de un parque hasta su piso de alquiler, situado a solo unos metros, y lo mató cuando se dio cuenta de que no era una niña (el crío iba disfrazado con una peluca morada como si fuera 'la niña del exorcista' porque celebraban una fiesta de Halloween). Mediaron solo 39 minutos desde que el pequeño desapareció hasta que ya lo encontraron prácticamente muerto en brazos del asesino, que llamaba compulsivamente al ascensor. Su objetivo era bajar al garaje y esconder el cadáver de la víctima en el maletero del coche. Llevaba solo 18 meses en libertad condicional. Capacidades «indemnes» Tras ser detenido el 28 de octubre, se le trasladó unos días después a la cárcel de Segovia para preservar su seguridad. Desde allí se le condujo el 17 de febrero al Instituto de Medicina Legal de Segovia, donde fue examinado por los especialistas. La pericia firmada el pasado 8 de abril por un médico forense y un psiquiatra concluye que sus «capacidades volitivas y cognitivas se encontraban indemnes», es decir, que sabía lo que hacía y quiso hacerlo cuando asesinó al niño. Comprendía la ilicitud de los hechos y tenía conservada la capacidad de obrar. Por tercera vez en su vida, los forenses llegan al mismo diagnóstico, tal y como quedó en evidencia cuando le juzgaron por el crimen de Carmen López, a la que mató y agredió sexualmente el 17 de agosto de 1998. Ella tenía 26 años, estaba a punto de casarse y trabajaba en una inmobiliaria. La esperó en un portal durante media hora y, cuando la mujer iba a enseñarle el piso por el que Almeida fingió interesarse, la empujó sobre la cama boca abajo y la inmovilizó. Con una navaja le pinchó y le cortó 17 veces en las cervicales, en la cara y en el cuello. Una le seccionó la tráquea. Antes de clavarle el arma «directamente sobre el corazón», con Carmen aún viva, le arrancó las bragas, se sacó el pene y manipuló los órganos genitales de la víctima. La violencia del asesino fue «particularmente degradante y ofensiva para la víctima», recoge la sentencia, que le impuso 20 años por asesinato con alevosía y 10 por agresión sexual sin penetración vaginal ni anal. Los forenses lo tuvieron claro: «Sabe lo que hace y cuando lo hace es porque quiere». Antonio Amancio, el tercer abogado que lo defendió, aseguró tras el último crimen: «Él no quería que le pusiesen en libertad, porque veía el problema que tenía y tenía miedo de volver a caer». Este letrado habló de desviaciones en la conducta sexual «como fetichismo o necrofilia». Dos décadas después el diagnóstico de los forenses no ha variado y el comportamiento del hombre -al que definen como un sádico-, tampoco. Ni cuando lo detuvieron con el cuerpecito del niño en brazos ni después ha abierto la boca. Se negó a declarar ante la Guardia Civil y ante la juez, la primera y la segunda vez, el pasado 5 de abril cuando se le iba a tomar declaración por videoconferencia desde la cárcel. Hasta ahora se había negado a participar en cualquier diligencia: rechazó hablar y también estar presente cuando se llevó a cabo el volcado de sus dispositivos móviles en sede judicial. A la vista de las conclusiones de la pericia psiquiátrica, tampoco parece que estuvo demasiado colaborador. De ahí que llamara la atención que sí quisiera asistir a las últimas declaraciones que se han producido: las de una niña y un niño, ambos de 12 años, que eran habituales del parque y que confirmaron el miércoles que estuvo allí sentado en un banco la tarde noche en que desapareció Álex. La conclusión parece clara: el repentino interés de Almeida por el procedimiento judicial se basa solo en la edad de quienes tenían que hablar ante la juez. Un biombo Su primera condena, cuando tenía 22 años, fue por agredir sexualmente a una vecina de 13, a la que ató a una silla y rodeó el cuello con una cuerda. Antes de amarrarla le preguntó si le gustaba que le «chupase el coño». De eso hace 31 años. Fue condenado a siete por agresión sexual. El viernes pasado se le trasladó desde Segovia a la cárcel de Logroño, donde le han mantenido en aislamiento, de nuevo por su seguridad. El miércoles se frustró su intención de ver a los niños. Ambos declararon en una sala Gesell con una psicóloga, sus madres y la juez. Esta ordenó que se colocara un biombo para que Almeida solo pudiera escuchar desde una dependencia anexa, sin ver a los pequeños a través del espejo. Contaron, muy nerviosos, que el hombre se sentaba habitualmente en un banco del parque por las tardes, que los invitaba a subir a su casa para ayudarle a limpiar la jaula de los pajarillos -probablemente el mismo ardid que usó con Álex- y que le tenían miedo. Lo reconocieron sin dudar. Servirá como prueba preconstituida.

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