miércoles, 1 de junio de 2022

Nadal y las dudas sobre su futuro

Habla Rafael Nadal de noche mágica tras vencer a Novak Djokovic en la madrugada del miércoles en París. Es, la magia, uno de los factores que pueden explicar este idilio que mantiene con esta pista, con este torneo, con esta ciudad. Son 110 victorias para trece títulos, tres derrotas. Que son solo datos que tampoco alcanzan a explicar prácticamente nada. Tampoco él lo entiende mucho: «Conseguí sacar el nivel cuando aparentemente no lo tenía». ¿Cómo? «Esta pista es especial, tiene algo único». El embrujo de la Chatrier. Se apoya Nadal en su relación con la pista y en la nostalgia más que en ese pie maltrecho que le marca las horas. Ve correr el reloj, 36 años mañana, y sus frases, aunque hacen temblar al personal, no dejan más que evidencias. «Puede ser mi último partido en París, esa es mi situación», dejaba en la previa, también jugando en ese partido mental en el que siempre está inmerso el balear, contra cualquier rival, especialmente contra Djokovic. Después, la alegría, relativa, de que habrá más Nadal en París: «No he ganado nada aún, solo me he dado la oportunidad de jugar de nuevo una semifinal en Roland Garros». Si la magia es un factor emocional, hay otro más importante y que casi es físico, pues la cabeza y el cuerpo son uno cuando van alineados. Han sido tres meses de agonía en esta primavera. Como fueron los seis meses de 2021 ayer. Como fueron las rodillas o la muñeca anteayer. Después de un inicio brillante, 21 victorias consecutivas, un parón, otro, por una costilla. Incapacitado para entrenarse, para jugar, para competir. Y resuelto el incidente del pecho, reaparece el problema. En mayúsculas. El escafoides partido. La lesión sin solución. Sin rodaje y sin mordiscos en el viaje a la torre Eiffel. «No estoy lesionado. Soy un jugador que vive con una lesión constante. Eso es mi día a día», explicaba de su rutina. De ahí que adquieran relevancia máxima sus explicaciones no explicaciones: «Voy a hacer todo lo posible para jugar este torneo en las mejores condiciones. No sé qué pasará después. Ahora mismo no es momento de dar explicaciones, pero las tiene. Hablaremos después del torneo y entenderéis un poco todo». Cuando termine París, gane o pierda este viernes contra Alexander Zverev, gane o pierda el domingo, deslizan desde el equipo que se tomará un descanso, como ya hiciera en otros cursos, para protegerse en el presente y en el futuro. Convive con el dolor desde siempre, pero cada vez le da menos tregua en el día a día. Entre el dolor y la felicidad estará la respuesta. Algún día, claro, dirá el adiós definitivo, pero ahí está su título 21 de Grand Slams en Australia en enero tras seis meses parado y más dudas sobre su continuidad. Ahí está el partido del viernes, y el de mañana, a dos pasos del 22. El hambre todavía a punto. Ganar con todo Es verdad que para este quedarse en París algo ayudó Djokovic, sorprendido, desafinado, desafiado, impotente, pues solo ante los grandes se saca, de donde no parecía que hubiera, todo el potencial para superarse. Sobre todo Nadal. Porque ambos juegan al tenis no ya por títulos, ni mucho menos por dinero. Es una ambición ilimitada, que en deporte se entiende, se alienta y se aplaude porque es lo que construye las leyendas, y que Nadal entrena y agudiza con estos partidos. Porque Nadal, en París, es todo, juega con todo, gana con todo: piernas, corazón, manos, cabeza, pasado, presente, futuro. «Es uno de los deportistas de toda la historia con la mentalidad más potente. Un jugador exageradamente competitivo. Y eso son requisitos esenciales para un torneo como Roland Garros, el único en tierra batida a cinco sets. Esto lo hace el Grand Slam más duro de todos, y por eso Rafa solo ha perdido tres partidos en todos estos años. Y ha ganado trece, hasta ahora. Para ganarle aquí tienes que rayar la perfección», explica a este diario Jordi Arrese, plata olímpica en Barcelona 92 y analista en Eurosport. Nadal, que ha entrenado hasta los límites del reloj al sacar, gana cuando no le llega el cuerpo, gana cuando el otro no confía en ganarle, aunque le esté ganando. Es la ambición por ser mejor que uno mismo, que solo se consigue siendo mejor que el rival, que lucha por lo mismo.«Siempre encuentra en esta pista su mejor versión. Técnica, táctica y mentalmente es mucho más fuerte que la mayoría. De los pocos que tiene un patrón de tierra batida que le permite hacer de todo a una velocidad que casi nadie puede. Es un jugador increíble que siempre se supera», añade Arrese. «Es el mejor partido que he jugado en los últimos cuatro meses», sentenció el protagonista. Cuatro horas y once minutos para entretejer una jaula en la que cayó el serbio, atenazado, impropio de un número 1, porque no es él cuando juega contra Nadal. Es un Djokovic que aspira a ser el mejor de la historia, pero que sabe que nunca lo será. Al menos no en París. Nunca en París. Se lo dice la grada, siempre con Nadal, como nunca este año con Nadal. Magia. Pero no es magia, es Nadal. Nadal en París.

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