A Hugo González (Palma de Mallorca, 1999) sus padres le tiraron a la piscina a los tres años para que aprendiera a nadar y no se ahogara en la piscina del chalé. Diecinueve años después, el deportista mallorquín ha quedado sexto en una final de los Juegos Olímpicos, en una prueba que ni siquiera es su favorita y en la que realizó su mejor marca personal (52.78). El miércoles 28, a las 13.05 (hora española), se lanzará de nuevo al agua para disputar su carrera fetiche, los 200 metros estilos, aquella en la que se proclamó campeón de Europa el pasado mes de mayo en Budapest. Viendo su estado de forma, su mentalidad y el modo en el que está afrontando estos Juegos, nada -ni siquiera una medalla- es descartable. «No me preocupan los puestos -dijo ayer tras la carrera-, quiero hacer mi marca personal..., y a ver dónde me lleva». Hugo González disputa sus segundos Juegos Olímpicos. A Río acudió con 17 años. Era un joven impetuoso y prometedor, con unas prodigiosas condiciones naturales, al que a veces le traicionaba su carácter. En 2016 consiguió meterse en las semifinales de los 200 espalda. En Tokio ya ha logrado su primer diploma olímpico y en sus sueños se cuela ya la posibilidad de acariciar una medalla. En estos cuatro años, Hugo ha cambiado. El mallorquín siempre tuvo claro que, por muy bien que le fueran las cosas en la piscina, quería seguir estudiando. Como muchos otros deportistas, descubrió con amargura que en España nadie daba facilidades para compatibilizar el deporte de alto nivel con los libros, así que hizo las maletas y emigró a Estados Unidos. Pasó por las universidades de Auburn (Texas) y de Virginia Tech antes de recalar en Berkeley. Allá, en California, a cuatro pasos de San Francisco, Hugo González encontró su sitio. Cuando salió a la piscina olímpica para disputar la final de los cien espalda, mostró brevemente a las cámaras una toalla amarilla con el oso de los 'Cal Bears', el emblema de su equipo universitario. Mientras continúa con sus estudios de Ingeniería Informática y de Lingüística Portuguesa (su madre es brasileña), entrena con nadadores que son campeones olímpicos y poseen records mundiales. Los dirige David Durden, el técnico jefe del equipo estadounidense de natación, que está puliendo el estilo de Hugo hasta convertirlo en un tiburón de la piscina. En Estados Unidos, Hugo González limpió también su mente. Sus entrenadores le invitaron a explorar, a probar otras distancias, otros estilos. Hasta entonces, el nadador mallorquín era un especialista en los 400 metros estilos y en los 200 espalda, dos pruebas que ni siquiera le gustaban demasiado, pero en las que hacía buenas marcas. En California, Hugo se liberó de antiguas cadenas, se asumió como velocista, se olvidó de los 400 y descubrió que la variedad de los 200 estilos es la que mejor encaja con su carácter. Su explosión en los campeonatos Europeos de Budapest demuestra que por fin ha encontrado su prueba favorita. Hugo González ahora nada porque le gusta. Entrena muchas horas y comparte vestuario con campeones olímpicos como Ryan Murphy, que ayer consiguió la medalla de bronce en los 100 espalda, pero sigue mirando su deporte con una cierta distancia, como si temiera acabar obsesionado. Ha confesado que, durante el confinamiento, le dio muchas vueltas a las cosas e incluso pensó en dejar la natación, aunque al final decidió seguir adelante. En la piscina de Tokio puede encontrar la recompensa. Hugo disputa su serie clasificatoria de los 200 el miércoles a las 13:05, las semifinales están pogramadas el jueves a las 5:08 y la final, el viernes a las 4:16 (hora española). Si todo va bien, merecerá la pena el madrugón.
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