sábado, 3 de octubre de 2020

El 1-O, un mito con caducidad

«Estoy cansado de celebrar derrotas». Esta frase pronunciada a principios de semana por uno de los asistentes a las manifestaciones convocada por el independentismo para denunciar la inhabilitación de Quim Torra resume el estado de ánimo que reina, desde hace meses, en buena parte del movimiento. Cada vez más se percibe el 11 de septiembre como una celebración melancólica. Lo mismo empieza a ocurrir con el 1-O. Antaño ejemplo del vigor independentista que se atrevió a encararse con el Estado, hoy resume la desorientación y caos estratégico general. La degradación de la efeméride ha sido acelarada. De tótem en 2017 a estorbo para partidos e instituciones. De hecho, este año (y con la excusa de la inhabilitación y la pandemia) han evitado organizar actos de conmemoración para no estar detrás de citas que casi siempre acaban con altercados y contenedores en llamas. Hasta el presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, esperó este viernes a que pasara el aniversario para comunicar públicamente la fecha de las próximas elecciones. El desencanto El primer aniversario del referéndum ilegal supuso un baño de realidad para el electorado secesionista. El 1-O de 2018 empezó con cortes de carretera y manifestaciones ante distintos edificios oficiales y centros de poder económico (patronal, bancos). En ese momento los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR) ya habían tomado la iniciativa en las calles. Solo les faltaba la bendición de Torra. Fiel a su estilo, el presidente catalán les dio una de cal y otra de arena. Por la mañana, en un acto-homenaje en el colegio de Sant Julià de Ramis (Gerona) donde votó Puigdemont, les pidió que presionaran al Govern. «Apretad, hacéis bien en apretar», les conminó. Horas después, esos mismos CDR vieron como la Generalitat, a través de los Mossos d'Esquadra, se posicionaba a favor del orden público y les ponía a raya en su intento de «asaltar» el parlamento catalán. Ese fue el primer «choque» entre la confrontación que predicaban –y siguen predicando– Junts y ERC y la compleja realidad que les toca gestionar. El esquema se ha repetido sucesivamente en los años consecutivos. Torra enardeciendo a las bases a «luchar» contra el Estado para luego reprimir esas mismas protestas con todas las herramientas que le confiere el propio Estado. La frustración En el segundo aniversario del 1-O se palpaba la expectación ante la inminente publicación de la sentencia del Supremo, que finalmente fue el 14 de octubre. Tras ella, Cataluña vivió la mayor oleada de disturbios de su historia reciente y en Barcelona las barricadas y el pillaje se volvieron habituales. La conocida como «batalla de Urquinaona» fue la cumbre de una nueva fase del «procés» marcada por la violencia callejera, los jóvenes encapuchados, los contenedores ardiendo y las cargas policiales. La desidia Este 2020 se ha podido comprobar como la llama del referéndum se consume rápidamente. Ni la inhabilitación de Torra en vísperas de la fecha animó al secesionismo a llenar las calles. El jueves la asistencia fue muy escasa en los actos oficiales. De hecho, el Govern se limitó a colgar cuatro telas rojas de la fachada del Palau de la Generalitat. Al caer la noche, una vez más, las calles se incendiaron en unas algaradas de poca intensidad, que acabaron con 19 detenidos. Ayer, quedaron en libertad con cargos los 11 alborotadores arrestados el jueves que acabaron pasando a disposición judicial, pero no podrán salir de España, informa Jesús Hierro. El mito del 1-O, convertido en folclore en 36 meses.

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