
El yihadista marroquí de 34 años detenido por la Policía en la madrugada del martes en Guadalix de la Sierra (Madrid) no solo tenía vídeos sobre entrenamientos de menores en campos militares de Daesh y testimonios de mártires, sino que también veía tutoriales de cómo perpetrar atropellos masivos e imágenes como las del atentado de Niza (Francia), en el que se utilizó ese procedimiento. Todo ello, unido a su juramento de fidelidad a Estado Islámico y sus contactos con combatientes en Siria le habían convertido en una «bomba de relojería» que podía estallar en cualquier momento. El magistrado de apoyo del Juzgado de Instrucción número 6 de la Audiencia Nacional, Alejandro Abascal, lo envió ayer a prisión sin fianza acusado de pertenencia a organización terrorista. En los últimos tiempos el detenido incluso había dejado su trabajo en la construcción para dedicarse solo en sus actividades de autoadoctrinamiento. El sospechoso fue incluido en un ERTE por su empresa, pero cuando ésta le llamó para que se reincorporara rehusó hacerlo. La investigación, en la que además de la Comisaría General y la Brigada Provincial de Información de Madrid ha colaborado el Centro Nacional de Inteligencia, comenzó cuando los agentes detectaron a un individuo muy activo en redes sociales, de las que obtenía material yihadista para visualizar y luego distribuir en un claro proceso de autorradicalización. El ahora detenido tenía varios perfiles falsos en una plataforma que es muy utilizada por personas de la comunidad musulmana desde los que lanzaba mensajes muy radicales en contra de Occidente y en los que asumía los postulados de Daesh. Incluso, actuaba en la red como «policía islamista», ya que contrarrestaba las opiniones de aquellos que se desviaban de sus creencias. También utilizaba plataformas de mensajería instantánea de alta confidencialidad, en la que los mensajes se destruyen de forma automática. Precisamente esa era la herramienta que le permitía estar en contacto directo con terroristas de Estado Islámico que están combatiendo en zonas de yihad. En los últimos meses se negó a volvera trabajar en la construcción, se rapó la cabeza, se dejó barba larga y vestía con túnica blanca, al estilo de los salafistas El estado de alarma, y su consiguiente confinamiento, aceleraron mucho su proceso de radicalización, ya que el aislamiento hacía que estuviese obsesionado con la idea de seguir los postulados de Daesh. Llegó a un punto en el que hizo pública su adhesión a la organización terrorista e incluso se autodenominaba «hijo del Estado Islámico». Además, tomaba grandes medidas de seguridad en el mundo real y el virtual y experimentó un repentino cambio físico, propio de seguidores de la doctrina salafista. Se rapó la cabeza, se dejó barba larga y llevaba túnica blanca, lo que era otro indicio claro de su deriva mental. Además, como adelantó ayer ABC, utilizaba las redes sociales para mofarse de las víctimas de la pandemia, con mensajes como «Gracias Alá por el coronavirus que arrasa Europa, llévate a más españoles y europeos», al tiempo que aseguraba que la Covid-19 era «un castigo de Alá». También profería amenazas contra nuestro país y otras naciones, como Israel y Estados Unidos, aunque genéricas. No quiso la nacionalidad «Tenía la cabeza ya muy caliente; sin duda, en su mente se abría paso con fuerza la idea de perpetrar un atentado y alguien con ese perfil es una amenaza grave contra la seguridad nacional», aseguran las fuentes consultadas. De hecho, la investigación llevaba meses en marcha y a finales de la semana pasada se decidió neutralizarlo de inmediato. Hay un dato significativo que ilustra su mentalidad: el arrestado disponía de tarjeta de residencia, pero renunció a tener la nacionalidad a pesar de que tenía derecho a ello. Llegó a España en 2003 y vivía en la sierra norte de Madrid con sus padres y hermanos. En esos primeros años fue un chorizo de poca monta, pero en 2011 le consta un antecedente significativo. Estaba en Ávila y un oficial de la Policía decidió identificarlo, a lo que él se opuso de forma violenta, hasta el punto de causar lesiones al agente. Luego se autolesionó, para intentar convencer de que había sido él el agredido. La investigación está aún en sus primeras fases, como lo demuestra que solo se haya podido analizar hasta ahora un 10 por ciento del material informático intervenido. Entre las cosas que guardaba, había imágenes de degollamientos y amputaciones de miembros a infieles. Últimamente apenas salía de casa, solo lo estrictamente necesario para ir a la compra. Daesh necesita dar un golpe en Occidente para subir la moral de sus seguidores tras las derrotas militares en Siria y ha visto en la crisis del coronavirus una buena oportunidad para ello. Tras un primer momento en que se refería a la pandemia como un «castigo a los infieles» tuvo que dar un giro a su discurso al ver cómo la Covid-19 atacaba también a la comunidad musulmana. Entonces comprendió que se abría una oportunidad para atacar en los países de nuestro entorno, que vuelcan casi todos sus esfuerzos, incluidos los policiales, en combatir la enfermedad, y ordenó a sus «actores solitarios» atentar en sus lugares de residencia. Objetivo, los uniformados Entre los objetivos predilectos de los terroristas están, como es habitual, los uniformados –militares y la Policía y la Guardia Civil– y, en esta etapa, también los sanitarios. En España, las Fuerzas de Seguridad han detenido a diez yihadistas desde el estado de alarma, alguno tan significado como el «foreing fighter» más buscado de Europa, y se sitúa a la cabeza de Europa en cuanto a efectividad policial. Hay que poner en su justo valor este dato, ya que las investigaciones en esta etapa han sido mucho más complicadas en varios aspectos. Por ejemplo, el movimiento de los agentes por nuestra geografía topaba con el cierre de los establecimientos hoteleros, y los propios desplazamientos suponían un riesgo añadido para los investigadores, que podían ser contagiados. El confinamiento ha servido para que individuos radicalizados en nuestro país y el resto del Viejo Continente intensifiquen sus contactos con combatientes de Daesh, que durante horas les persuaden para que cometan atentados. Se pasan la mayor parte del tiempo delante del ordenador y sus «tutores» les piden un día tras otro que cojan un cuchillo, un coche, cualquier cosa y salgan a la calle a matar. La monitorización de los sospechosos detectados previamente ha evidenciado que algunos han avanzado mucho en esta etapa en sus convicciones criminales y asumido plenamente la decisión de atentar. Es en ese momento cuando intervienen las Fuerzas de Seguridad y de ahí las cinco operaciones contra el yihadismo en los dos últimos meses. El confinamiento por la crisis ha acelerado los procesos de radicalización; los implicados pasan horas ante el ordenador y seguir a Daesh se convierte en su obsesión Así sucedió con el terrorista enviado a prisión ayer, pero también ocurrió con el líder de la célula yihadista desmantelada en Bolaños de Calatrava (Ciudad Real) por la Policía, que había captado ya al menos, otros tres individuos que también fueron arrestados. Y lo mismo ocurrió con el marroquí detenido algunos días antes por la Jefatura de Información de la Guardia Civil en Barcelona. Ambos tenían una situación económica muy delicada por la crisis, pasaban muchas horas interactuando en las redes sociales y los dos habían radicalizado su discurso en las últimas semanas, hasta el punto de tener decidido pasar a la acción en cualquier momento. No es que tuvieran planes diseñados, pero sí habían dado el paso de querer atentar. Todas las fuentes consultadas insisten en que una vez dado ese paso el individuo en cuestión se convierte en un peligro para la seguridad nacional: «No necesitan armas convencionales, les vale con un cuchillo, como ha sucedido recientemente en Alemania y Francia, o un vehículo... Ahora se forman colas en supermercados y en otros establecimientos por la distancia de seguridad. Para ellos sería muy fácil aprovechar esa circunstancia». Por si fuera poco, el uso de las mascarillas hace más complejos los seguimientos en la calle, y de hecho algunos de los detenidos en esta etapa, como el «foreing fighter» Abdel Bari, se aprovechaba de esta circunstancia, según comprobaron los policías que lo tuvieron vigilado desde su localización en Almería. A cambio, el estado de alarma ha hecho más evidentes los movimientos de los sospechosos, como ocurrió con el detenido en Barcelona que se saltaba de forma sistemática el confinamiento sin ninguna razón que lo justificase. Obviamente, este era otro de los elementos que tuvieron en cuenta los guardias civiles para detenerlo, ya que indicaba que podía estar buscando objetivos.
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