lunes, 29 de junio de 2020

Mamá, papá, quiero ser deportista

A Mireia Belmonte, su madre la esperaba a la salida del colegio con la mochila de la natación en la mano para ir directamente a la piscina. A Katie Ledecky, también sus padres la llevaban y la traían del agua cada día. Pero conforme crecían, sus logros y sus ambiciones seguían también su desarrollo. Quizá pensando que esa pasión pudiera convertirse, quién sabe, en una profesión. En ese quién sabe se mueven cientos de padres con hijos a los que el deporte los vuelve locos, y aprenden, sin querer, por puro juego, la disciplina y el esfuerzo. Pero ni siquiera eso es suficiente para valorar si los sacrificios familiares merecen la pena para una hipotética carrera profesional sin ninguna certidumbre y sí muchas dudas por el camino. Todo es un juego para empezar. Y el tiempo pasa en agendas milimetradas para llegar a todo: fines de semana de partido, entrenamientos por la tarde, deberes después y vuelta a empezar al día siguiente. Y un día. «Un día te llama la selección nacional. Cuando tenía 12 años. Cumplía con los estudios, así que no podías negarle la gimnasia rítmica. Fue una decisión difícil. Pensamos que no era el momento de que se fuera a Madrid sola, pero fue ella la que, en cierto modo dijo que no, que no le apetecía. Pero la fueron llamando. Y a los 16 años ya nos planteó que quería probar», relata Mar Flores, madre de Alejandra Quereda. Y empezaron las conversaciones en casa, los miedos, las dudas, en parte, solo en parte, disipadas por la ilusión de la gimnasta. «Se sufre muchísimo. Con 16 años se va a vivir a Madrid, desde Alicante, era muy pequeña. Piensas que no va a saber ni coger el metro, pero luego lo sabe hacer todo. La veíamos feliz a ella. Aunque a veces hablas por teléfono y le notas la voz rara, no te quiere decir qué pasa, pero conoces a tu hija y no sabes cómo preguntarle. Uno tiene que volar. Y nosotros, disimular. Es su sueño y quiere intentarlo. Pensamos que siempre existía el camino de regreso», prosigue. Y da la versión realista de este vuelo: «En su caso ha ido todo muy bien. Pero sabíamos que podría haber sido el mismo esfuerzo y no llegar el éxito». Alejandra Quereda, en 2015, antes de lograr su plata olímpica - Ignacio Gil Bien lo sabe Pedro Marcos, representante de futbolistas y padre de una, Ana, Anita en el mundo del balompié. Por su despacho han pasado grandes estrellas y proyectos sin terminar. De ahí que intentara aconsejar lo mejor posible a su hija cuando esto del fútbol pasó de ser un entretenimiento infantil a algo todavía irreal, pero que se iba materializando. «El deporte era obligatorio en nuestra casa; es compaginable con los estudios y ofrece unos valores que no se aprenden en ningún otro sitio. Entendemos que lo mejor es seguir los dos caminos. Sé que la vida del deportista es muy corta. Nadie te garantiza nada. Hay que ser bueno, tener talento y 20 minutos de suerte. Lo normal es que no se llegue». Ana Marcos, con su familia - Ana Marcos Sentimientos encontrados La madre de Ana, Cecilia, reconoce que no había visto muchos partidos de fútbol antes de que su hija empezara con niños a los 5 años. «Desde pequeña demostraba que quería jugar, no como otros niños que era pasar el rato. Perder era un horror. Llegó a la edad en la que no podía jugar con niños. Encontró un equipo en el que todas eran amigas. Perfecto. Cuando la llamó la selección madrileña y el Atlético, ya no había compañeras ni amigas, son competencia. Si juega una no juega la otra. Llegan las frustraciones. Una llamada te hace estar supercontenta, y en la segunda te dicen que no juega. Unos sentimientos encontrados tremendos. Y los padres no estamos preparados». «Encontramos una beca para una universidad en Estados Unidos. Plan perfecto: fútbol y estudios. Cuando firma para irse a Florida, el Atlético de Madrid le hace un contrato. Mi hija rompe la beca. Todo el sueño americano y los estudios de inglés se van. Quiere triunfar con el Atlético de Madrid». Drama en la cocina. Pero se acepta. Y el fútbol lo invade todo; horarios, rutinas, conversaciones, actividades, la agenda de los hermanos, espectadores de lujo y, a veces, damnificados sin postre o cine o vacaciones. «Todo giraba en torno a Ana», asegura Cecilia. «Todo giraba en torno a Héctor», repite Alejandra Cabrera, hermana del campeón de Europa de jabalina paralímpica. Doble ilusión porque el niño jugaba a todo, doble responsabilidad para la familia cuando le detectaron el síndrome de Stargaard, una enfermedad visual degenerativa que asumió con once años sin querer que eso frenara su vida. Pero era difícil. Para todos. «Recursos como tal no hay. No hay entrenadores especializados en cada discapacidad ni que conozcan la legislación ni cómo se desarrollan físicamente. Y como sabíamos que el deporte no era un seguro de vida, había que estudiar». Héctor Cabrera, como portero de fútbol cuando era niño - Héctor Cabrera En ninguna de estas tres casas hubo nunca imposición, sí apoyo porque el esfuerzo salía de los hijos. «Para poder seguir a este nivel, por mucho que los fuerces tú, lo puedes hacer un año o dos, pero no va a ser feliz. Serían muchas batallas en casa para nada. Si la persona no está implicada no vale de nada. Esto es de lunes a sábado, no la pachanga de los domingos. Hubo razonamiento para evitar frustraciones: vales, tienes un buen equipo, pero no forzado. Mal ambiente en casa, no. Ni había castigos con el deporte», prosigue Alejandra. Tampoco en los Quereda Flores los hubo; la dualidad estudios-deporte Alejandra la llevaba bien. «Los estudios hubieran primado. Ella se ha perdido todo lo que la gente de su edad hace: cumpleaños, viaje de fin de curso. Y en la universidad compaginándolo como podía. En gimnasia la vida es muy corta. Eres una profesional del deporte con 17, 18 y 19 años. El esfuerzo que te requiere no te compensa. Tampoco lo puedes hacer por dinero. Tienes que poner en una balanza. Lo que le pesaba era el deporte. Era su vida». Pero todo cada vez es más exigente. Entre los Marcos se huelen un toque triunfalista que no gusta. «En su entorno había compañeras que les valía con el poco sueldo que daba el fútbol. El problema de la gente joven es que es cortoplacista: poquito esfuerzo y resultados inmediatos. La realidad es la contraria. Mucho esfuerzo para tener resultados a largo plazo. Y no hablo del éxito deportivo, sino de la satisfacción personal. Si has hecho todo lo posible y no has llegado ha faltado talento o suerte. Y es muy desagradable tener que decir cada día: tienes que ir a clase. Lo fácil para mí sería decir: es su vida, ya eres mayor. Pero es siempre un tira y afloja», prosigue Pedro. «Nunca ha habido dinero de por medio. Sabes que no va a retirarse con esto. No te vas a ganar la vida. Si fueras chico a lo mejor. A veces hay que bajar los aires. Yo he sido muy drástica. Más que su padre», asume Cecilia. A más exigencia deportiva, más para la familia. «A Héctor hay que llevarlo a cada competición. No es autosuficente para desplazarse: o va en transporte público o lo llevamos nosotros o su novia que también es entrenadora. Y con la jabalina imagina el cuadro… mi madre aún le pregunta si no debería haberse quedado con el lanzamiento de peso», se ríe Alejandra. Plan alternativo Los niños crecen, como las perspectivas. Anita lo intentó en el Atlético y ante la falta de horizonte seguro, firmó con el Glasgow el año pasado. Otro dolor de cabeza: «Hemos hecho un parón en los estudios porque no hace falta tener una carrera en cuatro años. Tiene ingresos, tiene que descubrirse. Ya se controlará». «Le mandan los temarios y cuando vuelva que haga los exámenes. Es una escuela con especialidad deportiva, a lo mejor hay padres en esta situación que no saben que hay esta opción», dice Cecilia. Alejandra Quereda se gana una medalla de plata en los Juegos de Río 2016 y decide retomar su carrera: medicina, el MIR, otra forma de Juegos Olímpicos. Pero la vida le pone una oferta: ser seleccionadora nacional. «Sí que tuvo dudas, pero ella nos lo dijo: ‘me cuesta decir esto porque me ha costado mucho sacar la carrera, pero me gusta más la gimnasia’. No quería dejar pasar el tren. Era un reto más que una oportunidad, ¿seré capaz?». Ahora mismo vive al día. El apoyo sigue: «Esto es ahora o nunca; la medicina ahí está. Hay plan B», cuenta su madre. Eso sí, para todos, las dudas, las decisiones, las opiniones, el deporte los ha unido como familia. En esas charlas en la cocina.

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