lunes, 8 de junio de 2020

El enigma Federer

Para la semifinal del Abierto de Australia, o incluso antes, algo andaba mal en Roger Federer. Movimientos lentos que aprovechó Novak Djokovic sin problemas. El 19 de febrero, a los pocos días de celebrar el partido benéfico con Nadal «Match for África», el suizo anunciaba: «Mi rodilla derecha ha estado molestándome durante un tiempo. Decidí hacerme una artroscopia». Y se despedía del tenis hasta la campaña de hierba. El coronavirus llegó después para quitarle el objetivo de Wimbledon como regreso. Lo que iba a significar un paso atrás en su puesta a punto, resulta ahora un alivio toda vez que desde su entorno, en palabras de su entrenador Severin Luthi, indicara esta semana que la rodilla no va tan bien como se presuponía. Era el propio Federer quien deslizaba en una charla con Gustavo Kuerten a final de mayo que no había vuelto a las pistas, mientras Djokovic o Rafael Nadal celebraban sus primeros entrenamientos tras el confinamiento. No tenía motivación, decía. «No veo una razón para volver a entrenarme, creo que pasará mucho tiempo hasta que podamos volver a competir. No echo tanto de menos el tenis». Y menos, uno sin público. Este sábado, las palabras de Luthi: «Después de seis semanas, la lesión fue hacia atrás». Una prórroga para su rodilla que puede convertirse en un alivio, unos días más para afinar la articulación. Así lo asegura Toni Nadal, quien admitió que estos meses sin tenis han beneficiado sobre todo a los veteranos, cuyos físicos exigen un ritmo más lento para ponerse a punto que los de los veinteañeros. Pero el alivio de no empezar todavía la competición también esconde muchas trampas. Precisamente porque es el cuerpo el que impone su criterio. «A nivel físico, la inactividad le ha hecho revivir antiguas dolencias. Esperemos que esto le ayude a jugar más años», hablaba Francis Roig sobre su pupilo Nadal. En el caso de Federer, la falta de rodaje todavía crea más enigmas. Sobre todo porque juega también contra un reloj biológico que cada vez va más deprisa. Cumple 39 años el próximo 8 de agosto, con más de veinte temporadas acumuladas en las piernas; alargada su estancia en el planeta tenis por su estilo de juego y su cuidada planificación de entrenamientos y calendario. Pero no siempre esto le fue suficiente. Recuerdo de 2016 Como recuerdo, la lesión en 2016, en la rodilla izquierda. También pasó por el quirófano en febrero. Admitió que las cinco semanas le habían sentado de maravilla por estar con la familia. Pero el regreso fue complejo. Activó las piernas en Montecarlo y Roma, comprobó que la rodilla iba bien en la hierba de Stuttgart y en Halle, pero al cuerpo le faltó más para aguantar quince días a cinco sets de Wimbledon. La derrota contra Raonic, simbolizada con una caída en la hierba de la Catedral, puso fin a su curso. La rodilla necesitaba más. Seis meses más. Sin embargo, Federer es siempre una incógnita. Tras aquel tropezón en Londres, no volvió a jugar hasta Australia 2017. Conquistó el título. También el de Indian Wells, y Miami; y ya con más rodaje, los de Halle y Wimbledon; y Shanghái y Basilea. Llamativas fueron sus ausencias de la tierra batida durante tres años. Su regreso en 2019 se tomó como una especie de tour de despedida, pendiente siempre el suizo del reloj de su carrera. Este año tampoco se iba a manchar de rojo, pero el Covid-19 añadió otras decisiones en su calendario. Tras unas semanas muy activo en redes sociales, con un reto en un frontón nevado, su idea de unir los circuitos masculino y femenino y volcado en concienciar y ayudar a los más necesitados por el coronavirus, poco se ha sabido de su confinamiento familiar en Suiza. En los últimos días apareció como el deportista mejor pagado del año, por delante de Messi y Cristiano, y lidia con un conflicto con los ecologistas a cuenta de su nueva casa, que parece impedir el paso público a un lago, y con esa rodilla que no parece estar tan bien como debería. Sin competiciones a la vista, con el US Open a finales de agosto en entredicho, el 4 del mundo no tiene prisa por volver a un tenis sin aliento en las gradas. Pero el tic tac lo persigue. Sin Wimbledon ni Juegos, es un año «perdido» para él, mientras roza la cuarentena, y un año de madurez ganado para los rivales más jóvenes. Se le agotan las oportunidades para ampliar palmarés. Y la rodilla no está lista. El tiempo resolverá el enigma Federer.

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