Un lazo negro. Un lema: «En nuestros corazones». El Real Madrid rindió un bonito recuerdo a los aficionados que anoche no pudieron ver jugar a su equipo porque ese virus asesino, cobarde, diminuto, invisible, escondido, se los llevó al cielo en un combate desigual. El Alfredo Di Stéfano se convirtió en estadio de Primera con este mensaje lanzado al mundo. Es el campo número cien que ha albergado partidos de la división de honor en la leyenda de la Liga española. Zidane también engrosó su historial al mando del Real madrid . Seis fotos inolvidables de Di Stéfano presidían la tribuna. Doscientas diez personas acudieron en directo a vivir este partido histórico. En el palco había seis directivos, cuatro del Real Madrid y dos del Éibar. A las siete, media hora antes del encuentro, las puertas se cerraron. No podía entrar nadie más. Quien estuviera invitado y llegaba tarde se quedó sin presenciarlo en la tribuna. Tuvo que verlo por televisión. Hazard y Rodrygo eran noticia. Seis mil asientos estaban vacíos, huérfanos del calor de los seguidores. El partido se definía perfectamente: el silencio de los corderos. Porque el cuadro guipuzcoano fue un corderito, para enojo de Mendilíbar. Faltaban los espectadores, pero los banquillos eran los más poblados de la historia de la Liga. La apretura de partidos cada tres días permite ejecutar cinco cambios por encuentro y en la reserva había doce hombres en cada equipo, más que el once titular. Es otra plusmarca para la leyenda de nuestro campeonato. Los banquillos estaban poblados con doce suplentes cada uno, más los cuerpos técnicos, los médicos, los delegados y los utilleros; era como una grada descendida a pie de campo El minuto de silencio previo al fútbol volvió a rendir homenaje a los fallecidos por la pandemia. Minutos antes de comenzar el espectáculo se intensificaron los focos de dos nuevas torretas instaladas para aportar la potencia extraordinaria de luz necesaria para televisar el duelo en óptimas condiciones. El gol tempranero de Kroos acabó con el silencio de los corderos, pues el enfado de Mendilíbar con su sistema defensivo, dormido, se hizo notar. El Eibar había salido demasiado relajado y ese es uno de los defectos que no admite el entrenador vasco, pues es una de sus premisas de trabajo. No hacían la presión ensayada tantas veces. Kroos pasaba a la historia como el primer goleador en el estadio Alfredo Di Stéfano en Primera división. Pedir el balón era alertar al rival Los gritos de ánimo y de petición de pases surgieron descarados a partir del 1-0. Los aplausos del minuto veinte, en homenaje a todos los fallecidos, fueron el preludio de las palmas que Zidane y Mendilíbar daban a sus futbolistas, más intensos desde la ventaja madridista. El fragor lo pusieron los banquillos, que a falta de seguidores animaron a sus compañeros como una grada en primera línea de campo. El movimiento de veinticuatro suplentes, los cuerpos técnicos y los utilleros era un frenesí en el flanco del campo pegado a la tribuna principal. Los consejos de Ramos se escuchaban. Quien pedía el balón se sentía traicionado, porque su voz en alto la oían tirios y troyanos, de manera que no había sorpresas. La propia llamada del delantero para recibir la pelota convocaba al defensa para cubrirle. No importaba, había que hacerlo. Debían sorprender por velocidad. Los goles blancos suscitaron el ruido de la felicidad del ganador ante las gradas vacías, tras noventa y seis días de incógnitas.
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