viernes, 24 de diciembre de 2021

Memoria presente de la Navidad a la madrileña

Hablar de Madrid en Navidad pudiera ser, aparte Carmena, una redundancia. Madrid es ciudad de acontecimientos sucesivos que se suceden de forma cercana al infarto. El que esto suscribe ha visto las calles más o menos iluminadas desde un edificio con radio en la Gran Vía. Y también camellos y Reyes de Oriente, duendes y trasgos, cuando a la Cabalgata se iba sin miedo. Pero tenemos que escribir aquí, y es un lujo, de la memoria navideña de Madrid, que arranca desde no se sabe cuándo, desde que la Plaza de la Villa tenía yerba, y va acabando ahora mismo, que dimos el Gordo en Atocha y en la Puerta de Toledo a la que ya no tenemos celos. La Navidad empieza en Madrid mucho antes, cuando las señoras bien olientes de Serrano y un aspirante a Notarías hacen cola con una paciencia digna del Santo Job, si es que el Santo Job se dedica a este negociado de bolas, números, azares y probabilidades. Porque la Lotería, invento de nuestro mejor alcalde, un tal Carlos III, es puro Madrid, y desde que tengo memoria, en el Palacio Real hay una fauna humana disfrazada con espumillón barato y una chistera de muchos inviernos. Ha sido así de siempre, y quizá está fauna humana que le mete calor a la mañana del 22 sea la misma que dos semanas antes toma el Congreso y hace turismo bajo los tiros de Tejero. Porque la Navidad en Madrid, en esta nueva normalidad e incluso antes, es muy de propios desocupados que se agendan el día: las luces, el rito de Doña Manolita, un caganer en los puestos de la Plaza Mayor y luego ese dejar pasar el tiempo en los Grandes Almacenes, que se pasa bien, corre el tiempo y la calefacción, como el espíritu navideño, abriga. Que no es poco. Fiesta de las uvas en la Puerta del Sol para celebrar la entrada de 1913 - ARCHIVO ABC Y qué decir de la Navidad en blanco y negro, la de Alberto Closas y su prole, la de Garci y su ‘Crack’ cuando quiso ver luces de ciudad (navideñas y memorables) en Madrid. Son esas mismas fotos que hemos sacado del archivo del periódico sabiendo, claro, que todo archivo es un viaje a la nostalgia. No hemos cambiado tanto, o sí, pero nos reconocemos en las fotos de nuestros padres o abuelos porque somos la ciudad del eterno retorno. Zambombás flamencas en Martínez de la Riva, en Vallecas, acompañado del anís Machaquito que pasaba de gollete en gollete. Había necesidad, pero también la vida de pueblo, y en las casas matas se cantaban fandangos flamencos de la parte de Badajoz o Extremadura. Luego los belenes, los de las casas de beneficencia y los de las instituciones públicas antes de que se instaurara la moda de sacar al Niño Dios (al que se refería Juan Ramón Jiménez) de lo consuetudinario de las navidades. Un Belén, no se olvide, es el juego de rol más perfecto, una lección de Geografía, de Arte, de Sagradas Escrituras que tiene lugar en los portales de las fincas más recopetudas y en la entrada de esos pisos de ladrillo visto que relucen en la parte al aire libre de la M-30. Decenas de personas miran los números premiados del Sorteo de la Lotería - ARCHIVO ABC Y más tarde los niños de pastorcillos, con los pantalones cortos y la cara morada de frío. Y los grupos aquellos de amigos disfrazados de renos que cantaban villancicos procaces por las calles mínimas que van y vienen de La Latina a los atochales. Que no dominaban en el mecanismo de la zambomba pero pareciera que les daba lo mismo. Madrid en Navidad es todo eso. Quien esto escribe se ha ido a la Plaza del Ángel a lo único que había abierto, un restaurante chino de dos plantas, donde alguna lagrimilla se me escapó por tener a la familia lejos. Y es que la última Navidad que pasé con mi padre en Madrid la pasé saliendo del 12 de Octubre, con una subida de tensión que quizá fuera una somatización del agobio navideño. Se me puso la Cibeles del revés, como le contaba César González-Ruano al doctor Marañón cuando salían del Gijón o del Teide, que sobre ese aspecto hay pareceres dispares. Hablar de la Navidad en Madrid es pensar en un guardia urbano con jamones y presentes en un cruce. Y cómo no el pavero, con la ristra de pavos metiendo el pueblo en plena Plaza Mayor, donde Chencho se perdió para las generaciones de edad más provecto. La Navidad, en Madrid y en Mondoñedo, es pura memoria: más agridulce conforme van pasando los años y hay más ausencias en las mesas madrileñas. Pero no está mal poner una sonrisa, subir a la Sierra a tocar la nieve y tomarse un cochinillo; qué sé yo, cuando los Inocentes. Dos niños miran los puestos navideños de la Plaza Mayor, en 1996 - JAIME GARCÍA Madrid, Navidad y memoria son una y la misma cosa. Uno espera, al menos, haberlas homenajeado con respeto en tal día como hoy. Especialmente ahora que los niños han dejado de ser los príncipes de la creación y que el populismo rampante quiere que celebremos por decreto el solsticio de invierno. Así y todo, Madrid resiste y los crucifijos de LED que nos enseñó Almeida en el primer Naviluz están al derecho. Que ya hablaremos aquí de los ofiadores de la Navidad, que han brotado como champiñones en Montejo.

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