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Por miedo a que la imiten y se multipliquen los accidentes, los jueces no quieren valorar como se merece la perfección de los ejercicios de Simone Biles. No todos los cuerpos están preparados para estos vuelos ni estas acrobacias que casi desafían la física. Quizá es porque tampoco hay notas suficientes para expresar lo que hace. Es Simone Biles el desafío total, un reto por el momento inalcanzable para las y los demás. La estadounidense juega sola en una liga desde hace tiempo y tiene en Tokio la oportunidad de un pleno de oros que la catapultaría a una dimensión desconocida. Logró en Río 2016 cuatro oros, y un bronce, y tiene el objetivo puesto en los nueve de Larisa Latynina. Mañana, en el Estadio de Ariake, apunta a seis. Casi se dan por hecho sus medallas, pues nadie vuela tan alto en los saltos, nadie gira con tanta fuerza, nadie cae con tanta gracia ni pone tan en pie a la grada, aunque esté vacía. Tan acostumbrada a dar espectáculo que ayer trastabilló en alguna prueba, quizá guardando fuerzas para el momento de la coronación, y mantuvo al personal en tensión porque hubo que esperar al final de las rotaciones para ver si se clasificaba entre las ocho primeras en las barras asimétricas. Decir que no fue el día de Biles sería casi un insulto para el resto de participantes, que pagarían por sentir uno de esos resbalones. Se salió del tapiz en suelo y también en la recepción del salto. Pero las penalizaciones apenas son un rasguño con unas notas tan altas pero que tampoco le alcanzan. Son las barras la asignatura pendiente. Es decir, que no arrasa tanto como en las otras pruebas, así hay que hablar de Biles. De ahí que no pasara por la zona mixta tras su ejercicio de barra de equilibrios, sexta, y que estuviera fuera de la final de asimétricas durante unos minutos, décima puntuación. Pero la norma de que solo se pueden clasificar a las finales dos por país, y había cuatro rusas, la metió de nuevo entre las ocho mejores, y en la lanzadera hacia su pleno histórico. Su reto consigo misma. Con 24 años, es Biles la rival más peligrosa de Biles. Nadie apunta tan alto ni, por tanto, tiene tanta dificultad en sus ejercicios. De ahí que derrochara tanta energía en su estreno olímpico, con todas las cámaras apuntando solo a ella, que acabó pasándose. Mide 1,42 según los registros olímpicos, y tiene por piernas dos esculturas de puro músculo para catapultarse hasta los dos metros y girar tantas veces como la lógica y la física hacen posible, hasta el momento. Pero la estadounidense siempre va un poco más allá. Se reta con los saltos más difíciles de la historia, como el Yang Wei –campeón olímpico en Sídney 2000–, que solo habían logrado hacer gimnastas hombres. Y cuando no encuentra más desafíos, bautiza sus propios saltos, inexplorados para el resto de los mortales. Durante la pandemia, a Biles le entraron las dudas de si merecía la pena aguantar un año más. Pero se animó a seguir para llegar a Tokio y tratar de culminar su obra maestra. No fue su mejor día ayer, condenado el equipo estadounidense a la segunda plaza por detrás de Rusia por sus resbalones. «Estaba nerviosa, como sus compañeras. Pero esto no era la final, esto era llegar a la final. Puede ser un gran despertar para nosotros», expuso el entrenador Tom Forster. Biles apunta a seis medallas: barra, asimétricas, suelo, salto, equipo y actuación completa. Tiene ganas de llevarse una vez más al límite, y con ella, a la gimnasia del presente y de futuro.
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