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Sabemos que va en curso la afinación de las multas para los grafiteros que incumplan la ley. Se comprende, alcalde. Sé de más de un local en Madrid, incluyendo librerías, o bares, a los que les adornan una noche de deshoras la fachada y la limpieza les cuesta 2.000 euros de vellón. Una broma, una pesadilla. Una golfada. Con lo que les han arruinado ese mes, o más. Uno conoce que el grafiti es arte antiguo, y que en Madrid hay zonas donde se reservan fachadas para que los grafiteros, que son a menudo unos genios con spray, inventen sus murales inconcebibles y a menudo apoteósicos, como los que se ven aquí y allá, en plazas o rellanos de Lavapiés. Lavapiés se ha logrado como un edén para el grafiti, y hasta se convocan competiciones o talleres donde se adiestra este género, bajo la reunión de los autores más enterados o aventajados. Pasa igual en los muros de la Tabacalera, y en los de Matadero, según las temporadas. La cosa no ocurre en los barrios más ricos, pero ahí no suele haber fachadas sino una tienda de Bulgari. El gratifi es artesanía urbana, esencialmente, y son muy respetuosos los artistas que ejercen el grafiti de vocación, mientras que luego prosperan por ahí cuatro forajidos que lo que hacen es joderles el negocio o la tapia a cuatro pacientes particulares. Ahí sí hay que meter multa, alcalde, pero no conviene acechar a los artistas que aman la ciudad como lienzo, porque la ciudad es siempre de los vecinos imaginativos, y a estos hay que darles fachada y brocha. Me consta que ya hay muchos centros en Madrid donde el grafiti se practica y pondera, y eso no tiene nada que ver con los ociosos que disparan el spray contra un vagón de metro, o contra el escaparate de un librero. El grafiti ya se usaba en Pompeya, donde hay delicias recónditas, milagrosamente conservadas, y en Madrid el grafiti pilló auge cuando se conoció la obra de 'El Muelle', que repartía su firma de dibujo por la ciudad, y hasta la Policía le pedía un autógrafo, según leyenda urbana que mejor no desmentir. En fin, alcalde, que a los dignos y esforzados y talentosos grafiteros de Madrid hay que darles facilidades y amparo. A los otros, vándalos a color, más multa que los que aparcan en doble fila.
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