
El que un oso atacara a una persona, según está prosperando la especie, estaba cantado. El pasado 31 de mayo Carmen Suárez recibió el zarpazo de un oso en la cara cuando paseaba cerca de Cangas del Narcea. Sin ser frecuente, no es el primer ataque registrado. Según datos de la FOP hay otros ocho sucesos similares documentados desde 1988. El abandono rural y una limitada gestión del campo han favorecido la proliferación de grandes mamíferos como osos, lobos o jabalíes, lo que hace sospechar que los encuentros desagradables con ellos serán cada día más frecuentes. Que haya ataques de osos aunque sea con poca frecuencia es algo natural, algo inevitable –bien lo saben en Rumanía o Estados Unidos–, igual de natural que los lobos maten ganado o que los jabalíes destrocen sembrados. Son impuestos con los que tenemos que contar si se quiere conservar estas especies en nuestros montes. Es comprensible que se intente quitar hierro al asunto diciendo que se trata de un «caso aislado», un «encuentro fortuito», etc., aunque eso no ayuda a concienciar a la sociedad de que los animales salvajes son eso, salvajes. El desapego con la realidad del campo de nuestra sociedad se hace patente al ver el impacto que causan noticias como esta y se compara con la impresión que causan las muertes en carretera, por ejemplo, que sí se entienden como un tributo por tener coches. En pocos años se ha pasado de temer y odiar a estas especies hasta el punto de querer aniquilarlas por completo de la forma que fuera a verlos como peluches o quererlos más que al prójimo, como tristemente demuestran algunos comentarios en las redes del tipo «la balanza está aún de parte de los osos». Ni una cosa ni la otra. La buena noticia es que, si cada vez se atropellan más linces, se pierde más ganado en lobadas, se pagan más indemnizaciones por daños de jabalí o se incrementan los desafortunados encuentros con los osos, quiere decir que las poblaciones de estas especies van al alza, aunque no creo que esto consuele a muchos conductores, ganaderos o agricultores y ahora tampoco a doña Carmen.
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