viernes, 1 de junio de 2018

Con los papeles cambiados

No sabemos si a Pedro Sánchez se le aparecieron ayer en el camino al Congreso las brujas que predijeron a Macbeth que pronto sería el rey de Escocia, pero lo cierto es que el candidato del PSOE entró en el hemiciclo con cara de presidente del Gobierno. Vestido de traje oscuro y con un corbata gris, Sánchez volvió a la bancada socialista como si siempre hubiera estado allí, esperando el momento que llegará en las próximas horas y con el que ha soñado desde el día que tuvo que renunciar a su cargo y a su escaño. Difícil encontrar una caída y un ascenso tan vertiginoso como el de Sánchez, que hace un año y medio recorría los pueblos en su coche para reconquistar el liderazgo en su partido y que hoy acaricia la presidencia del Gobierno. Felipe González, Susana Díaz y los barones del PSOE deben tener la sensación de sufrir una pesadilla. Pero está claro que el destino es imprevisible y que hoy le ríe la fortuna al líder socialista, cuyas expectativas de alcanzar el poder eran nulas hace tan sólo una semana y que ha acertado a subirse a la ola -la sentencia de Gürtel- que le va a llevar a La Moncloa si Rajoy no se saca un as de la manga antes de la votación de hoy. Rajoy acudió ayer al Congreso como presidente y salió con la misma cara que el invencible Mohamed Ali cuando le tumbó Joe Frazier en su primer combate en el Garden. Todavía recuerdo la expresión del campeón cuando Frazier le soltó un gancho en el tercer asalto. Al presidente se le quedó ese mismo gesto cuando Sánchez le espetó: «Dimita. Su tiempo se acabó». Y se ha acabado como intuyeron ayer los diputados del PP, que le acogieron con un fuerte aplauso y le despidieron con muestras de cariño. Flotaba en el ambiente su derrota al igual que el olor a flores marchitas nos marea al entrar en un funeraria. Pero Rajoy no tiro la toalla, golpeó con dureza y acierto a Sánchez, buscando sus puntos débiles. Le acorraló y demostró que tiene el olfato de un tiburón para oler la sangre. Pero el aspirante socialista resistió la ofensiva porque sabía de antemano el resultado del combate. Pedro Sánchez y Mariano Rajoy intercambiaron ayer sus papeles. El primero se comportó como si ya fuera presidente, mientras que el todavía líder del PP se mostró como el novillero que se pega al toro para demostrar su valor. Jamás había estado tan certero e inspirado a la hora de usar el capote en el Hemiciclo. Pero no le bastó porque la decisión del PNV y de los partidos independentistas catalanes estaba tomada antes de saltar a la arena. Sánchez será hoy presidente con sus votos. La cuestión es el precio que tendrá que pagar por este apoyo. Ayer habló de «tender puentes» con el Govern de Quim Torra y se comprometió a mantener los Presupuestos de Rajoy que tanto le incomodaban la pasada semana. A eso los aficionados a los toros lo llaman «el salto de la rana». Puede que Sánchez no convenciera ayer, pero lo que parece claro es que ha vencido. Y cualquier profeta hubiera sido tachado de loco si hace diez días hubiera adivinado este desenlace. Groucho Marx decía que él había pasado de la nada a la absoluta miseria. El candidato socialista ha pasado de la nada a La Moncloa en poco más de doce meses. Y eso que muchos le menospreciaban y decían que sería incapaz de llevar al PSOE al poder. Hoy se debe estar partiendo de risa, mientras que en las filas del PP cunde la desolación de quien lo ha perdido todo. La suerte está echada y no hace falta ser una bruja para saber lo que va a suceder hoy.

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