sábado, 30 de junio de 2018

Messi contra la fértil Francia

Francia tiene a Lloris, un portero veterano, Argentina al debutante Armani; Argentina tiene un eje trasero envejecido con Mascherano, y Francia a Varene, Umtiti y Pavard; Argentina tiene unos “cincos” controvertidos y Francia tiene a Kanté; Argentina está uncida a Messi y Francia contiene una generación con el temporizador sonando. Francia es casi demasiado joven, Argentina ronda los 31 de media. Francia es el paso excesivo y poco controlable de Pogba y Argentina es la experta insuficiencia respiratoria de Mascherano. Francia es, sobre todo, más estable. Deschamps duda, cambia, no termina nunca de sentirse bien con su mediocampo, pero sobre unos márgenes muy establecidos, largos productos generacionales trabajados en el vivero de Clairefontaine. Un fútbol exuberante que produce más talento que capacidad para gestionarlo. Su sistema varía como se mueve alguien que no se termina de sentir del todo cómodo. Del 4-4-3 al 4-2-3-1 con Matuidi en el lugar de Dembelé y Giroud arriba para que Griezmann juegue detrás, donde encajó felizmente y de un modo definitivo en la Eurocopa de 2016. Ese fue el momento en el que Griezmann se sintió el líder de Francia. Ahí se lo ganó, ahora tiene que demostrarlo. Las dudas y la incapacidad de Deschamps para asentar un mediocampo en estos años están más que compensadas por sus bondades institucionales. Para entender la estabilidad que da Deschamps solo hay que ver el documental “Les bleus: una historia de Francia (1996-2016)” (Netflix). De la selección como parábola de la exitosa Francia multicultural en el 98 se pasó al motín en Sudáfrica, la sospecha de racaille que denunció Sarkozy, el caso Benzema o las explosiones en el Stade de France. La selección se tambaleó con su historia nacional y Deschamps fue la solución, el marco de autoridad para protegerla. Y en ese marco se integran ahora algunos de los mayores talentos de Europa. Francia tiene más tipos de zancadas que nadie en el Mundial y espera aun el zarpazo de Mbappé. Exige a Griezmann, pero espera a Mbappé, el jugador agazapado en Rusia. En las ruedas de prensa de Deschamps se respira una tranquilidad burocrática tan francesa como tediosa, mientras que todo Argentina es un gozoso desmoronamiento. Argentina vive en la inestabilidad y cambia, no se encuentra, y para compensarlo exacerba su pasión hasta hacer de cada estadio ruso una bombonera, con Maradona desviviéndose como mito que ofrece su propia consumación. Argentina se redefine constantemente sobre su relación con Messi como una eterna conversación acerca de sí misma. Sampaoli, arrasado por los acontencimientos, había entregado las llaves de la decisión al vestuario y se sometía poroso al criterio popular. Mandan ya Messi y el gusto de la gente, que quizás no fuera muy distinto al de un populista confeso como él. Lo primero fue poner a Banega, un cambio que devolvía un aliento de fútbol y la conquista de un mínimo sentido. Pero cuando parecía que Argentina se conformaba con ser al menos un equipo razonable detrás de Messi vuelve a surgir la cuestión de la definición. No es suficiente. Sampaoli no habló ayer como alguien a quien el mundo entero ha visto consultar un cambio a Messi, Sampaoli se vino arriba y retomó sus pretensiones culturales. “Estamos en el proceso de imponer el estilo argentino de juego”. Recién salvado, boqueando aún, Sampaoli recupera su ambición de la gran Argentina previa a todo, previa a Maradona y Messi; volver al estilo del viejo River y el Río de la Plata. Ayer se intuyó a Messi de falso nueve con Pavón y Di María en los extremos. Argentina mutaría de nuevo para contraponer una media fuerte al trío Kante-Matuidi-Pogba, y al hacerlo se redefine otra vez alrededor de Messi. Porque ese falso nueve no recuerda a ninguna experiencia albiceleste y sí a varias etapas barcelonistas. Volvería el hábitat de nostalgia culé. Arropado por extremos, ya no el genio perdido con Sabella. Argentina se busca durante la competición. Deschamps es un De Gaulle que no se sabe si quiere o no que se le alboroten los Mbappés. Ambas no juegan en un Mundial desde el 78. Antes de que Maradona y Zidane lo transformaran todo.

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