sábado, 28 de septiembre de 2019

El error Casado

Hasta ahora, si en un juego de adivinanzas se nos preguntara por la identidad de un líder del PP barbado y propenso a ponerse de perfil, el primer nombre que nos hubiera venido a la cabeza habría sido el de Mariano Rajoy. A partir de ahora la respuesta ya no estaría tan clara. A Rajoy le ha salido un competidor. Pablo Casado. De aquel candidato aguerrido que hace cinco meses jugaba al límite la partida de la supervivencia —la personal y la de su partido— con discursos incendiarios que pretendían cortar la hemorragia provocada por Vox en el flanco derecho y conjurar la amenaza del sorpasso planteada por Ciudadanos en el izquierdo, ya va quedando muy poco. En vista de que Abascal ha dejado de ser una sanguijuela electoral y de que Rivera va camino de pegarse el costalazo de su vida, el líder del PP ha decidido regresar a la contemporización que su predecesor acuñó como imagen de marca del partido. Lo último: tras la sesión en el Parlament del pasado jueves, que primero reclamó la amnistía para los presos políticos, el ejercicio del derecho de autodeterminación, la retirada de la Guardia Civil de Cataluña y la legitimación de la desobediencia institucional a las decisiones judiciales, y que luego acabó en tangana tras las protestas de Carrizosa por los vivas independentistas a los encarcelados del CDR, Casado dejó de invocar el 155 —en la campaña de abril afirmaba que no aplicarlo era un delito de prevaricación— y volvió al discurso de «acompasar los tiempos». Antes había bendecido el perfil propio del fracasado e inane PP vasco de Alfonso Alonso, se había dejado «sorprender» por La Sexta comiendo con Rajoy, y les había dicho a sus barones lo que muchos querían oír desde hacía tiempo: «El PP debe ser reconocible por moderado». Cuatro señales evidentes de que no estamos ante un mero cambio circunstancial. El giro está más claro que el agua. Da la sensación de que el líder del PP da por bueno el resultado que pronostican las últimas encuestas electorales —casi 100 escaños— y opta por imitar a los trémulos entrenadores futbolísticos que ordenan echarse atrás para aguantar el marcador en los minutos finales del encuentro. Nunca he entendido esa táctica. Ni en el fútbol ni en la política. ¿Si un estilo de juego está dando buenos resultados, qué sentido tiene cambiarlo? Las encuestas que tanto celebran los mandamases de Génova premian lo que se ha hecho hasta ahora, que poco tiene que ver con las recetas vegetarianas de Rajoy, y nada garantiza que vayan a seguir siendo benévolas si a partir de ahora se hacen cosas distintas. La idea de que es posible pescar en el caladero de Rivera bajando el tono de voz y modulando los aspavientos es estúpida. El centro no se conquista con susurros. Y menos cuando está en juego la unidad de España. Rivera va camino del desastre porque se dejó cegar por la hambruna de poder, porque se convirtió en un líder despótico y antipático y porque se mostró incapaz de aportar soluciones que contribuyeran a desbloquear el atasco de la política. Pero su discurso, en las cuestiones de fondo, no ha variado. El hecho de que un partido con más musculatura y menos arrugas en el ceño hubiera comenzado a hacer suyo ese mismo discurso le colocaba en una situación apurada. Si ahora ese partido vuelve a dejarle solo en la defensa terminante de una política nacional sin cataplasmas ni ibuprofenos, aún tendrá una oportunidad para mitigar su caída. Casado haría mal en olvidar tan pronto las razones que provocaron la eclosión de Vox y el auge de Ciudadanos. O apuesta por ser un político de convicciones o por ser un especulador de estrategias. Pincho de tortilla y caña a que si apuesta por lo segundo acabará lamentándolo.

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