jueves, 25 de enero de 2024

Depay convierte en feliz una noche gris y clasifica al Atlético a las semifinales de Copa

PESTAÑA atletico-sevilla-cuartos-copa23/24 Crónica 4 Atraviesa el autobús del Atlético de Madrid la avenida Arcentales, la vía de entrada a su hogar, entre un espeso humo rojizo y un mar de fieles totalmente enajenados. Niños aupados en los hombros de sus padres, chavales escalando el mobiliario urbano con una habilidad asombrosa y una cantidad ingente de fuegos artificiales acompañan su paso. No es para menos: el duelo es gigante, el último integrante de las semifinales de la Copa del Rey se decide en el Metropolitano. Saltan los futbolistas al verde y los brazaletes negros protagonizan las mangas derechas del equipo visitante, el Sevilla, una entidad con el alma herida desde que trascendiera la noticia que confirmaba la muerte en la carretera de tres hinchas que subían a la capital para ver el partido. La animadversión entre ambas aficiones es antigua y profunda, pero ante la tragedia irreparable a quién diablos le importará el fútbol. El minuto de silencio es respetado hasta tal punto que emociona. Comienza tímido el juego, quizá eclipsado por el ruido atronador del estadio, quizá motivado por el miedo al riesgo en una noche en la que un error te manda a casa. No obstante, llama la atención el papel protagonista del Sevilla. Adelantan la línea de cinco defensas al centro del campo, aprovechan la tranquilidad de Sergio Ramos en la salida de balón -en cierto modo, el camero disfruta con los silbidos que suenan cada vez que roza la pelota- y combinan sin prisa cerca del área atlética. No ponen aún en demasiados apuros a Oblak, aunque un chico, muy pronto, dispara mordido entre los tres palos. Él es Isaac Romero, un canterano de 23 años que suma tres goles en sus únicos tres partidos oficiales con los de Nervión. Como el que toca con la yema de sus dedos un sueño vital, el de Lebrija demuestra con su lenguaje corporal su hambre. Le pasó el lunes en Granada, cuando entregó el balón a un penúltimo clasificado de la Liga que no supo que hacer con él; el Atlético parece una versión pretérita de sí mismo. En el ecuador del primer tiempo, al fin amaga con reaccionar. Tal vez coincide con la primera aparición de Antoine Griezmann entre las pobladas líneas hispalenses. Sea como fuere, en esta primaria demostración de osadía, el Atlético se topa con una suculenta recompensa: tras una hábil pared entre el propio atacante galo y Nahuel Molina, Marcao, torpe en la máxima expresión del término, barre al carrilero diestro en un penalti claro. Lo lanza Griezmann, pero resbala en el último apoyo y el balón acaba en algún rincón lejano de la grada. El fallo deja perplejo al personal, tan acostumbrado a la excelencia del máximo goleador de su historia, aunque segundos después del pavor, el estadio arropa a su héroe cantando en comunión su apellido. Salvo por el infortunio del galo, unos remates sin peligro alguno de Morata o un lanzamiento de falta de De Paul que cerca está de tocar el larguero de Nyland, el partido sufre de un aburrimiento impropio de una cita de tanta importancia. Nada relevante pasa en este limbo de balones divididos. Los aspavientos del capitán Koke intentan de despertar al fútbol rojiblanco, las conducciones de De Paul tratan de hallar una grieta en la, esta vez sí, seria zaga sevillista... Sin embargo, salvo una bonita chilena de Griezmann que lame el marco visitante, el encogimiento de los de Simeone es soberano. Entretanto, ese equipo que acaricia los puestos de descenso en la Liga está tan cómodo que incluso amenaza con el 0-1 en un pelotazo aislado que recoge Marcao y se encuentra con el pecho de Oblak. Tanto se adolece el equipo madrileño que Simeone cambia todas sus piezas ofensivas: los cabizbajos Morata y Griezmann se sientan en el banco y, ciertamente, con Depay y Correa, los rojiblancos mejoran. Es más, de esta inusual asociación nace el único gol del encuentro: es el minuto 79 el argentino sortea Pedrosa y encuentra en el área pequeña a Memphis, que no falla con todo a favor. Vence el Atlético, solventa un problema en una noche taquicárdica (incluido aquí el penalti rectificado por el VAR de Barrios a Lamela en el 95), y ya es semifinalista de la Copa.

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