viernes, 6 de octubre de 2023

Sergio Herrera: «Yo también me voy a rajar las medias como Bellingham»

Para ser portero hay que estar un poco loco. Sergio Herrera (Miranda de Ebro, 1993) lo está. Y a mucha honra. Es uno de los metas más valientes y con más personalidad de la Liga. Comparte rotación y amistad con Aitor Fernández, su competencia en Osasuna, aunque suene raro. Intuye que hoy será el titular en el Santiago Bernabéu (16.15 horas, Movistar LaLiga). -Se crio en la cantera del Alavés... -Empecé a jugar en el colegio, luego en un equipo que formaron en Miranda para competir a nivel autonómico y con 14 años entré en la cantera del Alavés. Ahí es cuando me picó el gusanillo y empecé a tomarme en serio el fútbol hasta que a los 18, una vez sacado el Bachillerato, decidí que iba a ser mi profesión. -¿A qué se dedicaban sus padres? -Mi padre trabajó toda la vida en una fábrica de carretilleros y mi madre fue ama de casa hasta que hizo falta más dinero para, entre otras cosas, pagarle la carrera a mi hermano, y se puso a cuidar personas mayores y limpiar casas. Ya ve. Unos padres humildes y trabajadores que nos inculcaron valorar lo que cuesta ganarse la vida. El látigo es mi hermano, como banquero que es. Y hace bien. Ahora entra una cantidad importante de dinero que un día no será así. Me dice que disfrute, pero con cabeza. Que no gaste el dinero en chorradas. -Alavés, Laudio, Amorebieta, Huesca… Usted ha jugado en todas las categorías del fútbol español y hasta los 26 no llegó a Primera. -Así es. Preferente, Tercera, Segunda B, Segunda y Primera. Jugar en todas categorías te hace valorar lo alcanzado. Ahí se aprende mucho. Mis mejores amigos en el fútbol son los que he conocido en ese barro. Me encantaría acabar ahí mi carrera. -Al final de su primera temporada en Osasuna, en 2017, se rompió el cruzado. ¿Qué aprendió de aquella lesión? -Me hizo mejor portero porque aprendí educación deportiva. Hace quince años, el Alavés no era lo que es ahora. Estaba en una cantera que no cuidaba los pequeños detalles: la alimentación, la suplementación, la prevención de lesiones, el trabajo extra… Yo no tuve esa educación deportiva y todas esas cosas no las cuidaba. A partir de la lesión, sí. Surgió un nuevo Sergio Herrera, que puso en práctica todo eso. -¿Por qué se castiga más el fallo del portero que el del delantero? -A los profesionales nos critica la prensa, pero cuando eres un crío, y tienes 12 años, te toca aguantar las risas de tus compañeros con cada gol. A nosotros nos meten los goles, y hay que saber convivir con eso. El fallo duele, pero yo nunca tengo miedo a equivocarme. Creo que soy lo suficientemente listo para darme cuenta que puedo mejorar muchos aspectos de mi juego, pero cambiarlo nunca. Es mi esencia. Igual no soy un portero que para mucho, pero soy un portero 'evitador'. Y es tan importante lo segundo como lo primero. El portero 'evitador' es el que está atento a un córner y sale, o el que está atento a la espalda del defensa y sale para jugársela aún sabiendo que si fallas quedas tú retratado. A esas jugadas no se le dan valor y solo se recuerda el fallo, pero el que sabe de fútbol lo agradece. -Me sorprende su sinceridad. ¿Un portero que no para mucho? -Sí. Lo que menos hace un portero en un partido es parar. Participa muchísimo más en otro tipo de acciones, más de lo que la gente se piensa. -Por ejemplo, jugar con los pies. -La gente me critica mucho y dice que tengo un juego de pies bastante malo. Y yo estoy orgulloso de todo lo que me he implicado en mejorar, pero muchas veces quitarte la etiqueta de jugar mal con los pies es muy difícil. Soy el primero que reconozco que no tengo el mejor golpeo de balón. No soy Ter Stegen, pero mi juego de pies ha mejorado y quiero seguir mejorando. Por eso me implico tanto en los entrenamientos. A ver si la gente no me da tanta caña. -Osasuna es el único club que rota en la portería. ¿Cómo lo lleva? -Rotar en la portería es extraño. Normalmente los equipos no suelen tener dos porteros titulares. Siempre suele haber uno encima de otro, pero no es el caso de Osasuna. No es fácil de entender que tras un buen partido vayas al banquillo, pero Jagoba lo está gestionando bien y cuando te acostumbras, vas de la mano con el compañero. La relación que tenemos Aitor y yo es espectacular. Somos uno. Nos alegramos el uno del otro cuando lo hacemos bien, pero lo normal es que un portero suplente se alegre de que falle su compañero para que haya un cambio. -Osasuna rompe dos leyendas urbanas en la portería: se puede rotar y los dos porteros pueden ser amigos. -Sí, Aitor y yo somos amigos. Yo me tomo una cerveza con él, jugamos a las cartas, comidas, cenas... Nos respetamos siempre, no hay ni una sola mala cara cuando juega el otro. -¿Qué pasó exactamente con las medias en Mendizorroza? -A ver. Yo adoro a los utilleros y ellos a mí. No soy un cascarrabias. El contexto es el siguiente. Estoy en un estadio, Mendizorroza, que durante siete años fue el sueño de mi vida jugar allí con el primer equipo del Alavés y no lo pude conseguir. Entonces, consigo llegar por otros caminos a Mendizorroza y están mis padres y mi hermano en la grada. Todo lo que había soñado sucedió el pasado domingo. ¿Qué pasó? Desde principio de temporada tenemos malestar con la presión de las medias porque había problemas con los tallajes. En Mendizorroza hacía 32 grados, mucho calor, una hora mala, sufrí deshidratación y me dieron esos calambres en los gemelos que me impidieron seguir jugando desde el minuto 75, en el que le meto un marrón a Aitor. Así que me entra la frustración, me enfado, le grito al utillero, que no estuvo bien, lloro y a los dos minutos le doy un beso y le pido perdón. Así soy yo, muy pasional, paso de cero a cien rápidamente. Lo que quiero decir es que me sentí frustrado por todo lo que te he contado. Tener que ser cambiado por unos calambres en los gemelos, que los provocó en su mayor parte la presión de las medias, no es normal. -Bellingham se las rompe y es, precisamente, por eso. -A mí no me cambian otra vez porque una subida de gemelos por culpa de las medias. Yo también me las voy a rajar como Bellingham. Y si me dice algo el árbitro, me pinto la piel.

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