Agrupados en la lucha final

Pasó la época de las campañas tediosas, aquellas en las que dabas cabezadas entre horas en un autobús camino de mítines de dos horas para un minuto de telediario. Sin wifi ni mail. Todo ha cambiado. Hoy no hay ninguna campaña sin su plus de convulsión provocada, ni sin su margen de agitación calculada. Tardaba en llegar en Madrid. Pero ayer ocurrió. Aparecieron esa convulsión y esa agitación jalonadas por sondeos que pronostican que ni Podemos ni Vox terminan de arrancar. La política, ahogada en su burbuja, rehén de gurús, de trackings demoscópicos, de sobreactuación deliberada, y de victimización con golpes de efecto artificiales, resucita la virulencia como código de conducta. Los extremos se tocan, y las piedras de Vallecas y las ‘alertas antifascistas’ no habían sido argumento suficiente para sacudir la campaña con el canon de rencor ideológico necesitado por este Iglesias sin punch y con apariencia de prejubilado en su fiesta de despedida. A su vez, Vox ha perdido ripio ante Ayuso por aquello del voto útil y del plebiscito sobre Sánchez. Podemos y Vox se necesitan para salir del estancamiento y por eso se agrupan en la lucha final. Lo demás, las balas, las amenazas, el «sea valiente y váyase», los arranques de dignidad ofendidita cuando la campaña pinta mal, es solo decorado. Por si cuela.

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