
El Atazar sólo llega una carretera. La del pantano que abastece a Madrid y alrededores, y donde hay veleros a 900 metros sobre el nivel del mar. Allí mueren los caminos y la raya de Guadalajara es una quimera por los desmontes de Somosierra. No existe vuelta atrás y las cuatro calles en cuesta están videovigiladas bajo la advertencia de que en la localidad «no sobran los niños». El día después de la victoria de los ‘tabernarios’ de Ayuso, en El Atazar el bullicio es el de siempre: ninguno. Por no pasar, como en la canción de Joan Manuel Serrat, parece que ni pasó la guerra. No obstante el pueblo es fronterizo con Patones, esa histórica tierra de nadie, entre...
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