
Que su propio hijo admitiera hace unos días en ABC que en el pasado votó a Podemos no auguraba nada bueno para las expectativas electorales de Edmundo Bal, quien sale de la inmersión matritense sin una sola arruga en la americana y con la misma irrelevancia con que se zambulló en ella. En una campaña tan polarizada, con hordas de bukaneros y casquillos de bala franqueados en ignotas estafetas de correos, Bal ha paseado por la campaña en moto, pero con el rictus de un cenizo agente de decesos: sin llegar a confiar en una mercancía que no obstante trató de vender con fe aparente y sin una palabra más alta que otra, algo, en cualquier caso, que siempre habrá...
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