domingo, 4 de abril de 2021

El don de darse

Decía San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, que por más que uno se esfuerce la lengua le habla al oído, y el corazón lo hace al corazón. Que para conmover los sentimientos de otros con la palabra hay que expresar lo que nos sale del alma, una suerte de confesión íntima difícil de poner en práctica en la época de lo políticamente correcto, de lo banal, de la superficialidad. Y ya si el discurso se centra en enaltecer el amor de Dios y la entrega a los demás como el camino para andar por la existencia terrena, el ejercicio de valentía merece todavía mayor admiración. En tiempos de descreimiento, fe. Así lo hizo el Viernes Santo por la mañana, en la catedral de Valladolid, el fraile capuchino Víctor Herrero de Miguel, que pronunció un memorable Sermón de las Siete Palabras evocando los lamentos de Jesucristo en la cruz como «siete actos de amor de los que somos destinatarios directos». Ocupando con humildad franciscana el ambón del lado de la epístola, con verbo cálido y fluido, sin necesidad de tomar aire ni beber agua, con cordón de tres nudos, las sinceras palabras del orador salmantino reverberaban en los sillares calizos de la seo herreriana. Sentimiento fieramente humano desparramado por las tres naves. Solo un hombre, un austero hábito marrón, unas sandalias. A modo de San Francisco del siglo XXI, Víctor Herrero sacudió nuestras adormecidas conciencias al afirmar que la indiferencia es la esclerosis de la sociedad actual, que perdonar nos libera del pasado, que vivimos en un mundo con cimientos de paja cuando los creíamos de acero, como ha demostrado la pandemia. Con citas de Píndaro, Borges y Gabriela Mistral, la voz del predicador destacaba la figura del Poverello de Asís al ensalzar las tres «intemperies de Cristo»: su nacimiento pobre en Belén, su vida pobre e itinerante por Galilea, y su final desnudo y pobre en la cruz. Tras ser misionero en la selva de Venezuela, se hizo fraile atraído por el voluntariado social de los capuchinos en su ciudad natal. Formado en Oxford, Roma y Jerusalén, hizo su tesis doctoral sobre el Libro de Job. Definió fraternidad como «la más franciscana de las palabras del diccionario», la eucaristía como «la fiesta de comer juntos», a Dios hecho herida como «el que habita entre nosotros». Fray Víctor, en una proclamación magistral de la Palabra en la era de artificio contemporáneo, nos enseña por dónde deber ir el mundo para no caer en el abismo. Un comunicador apasionado frente a la vacuidad habitual de muchas homilías, frente al recelo de divulgar el Evangelio por miedo a molestar, frente a una jerarquía eclesiástica tibia, instalada en una zona de confort burocrático, alejada de los que sufren. Un defensor de la Iglesia como un puente y, en definitiva, de la vida como «el don de darse».

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