Ahora que ya es abril toca lo de siempre, guardar los Cristos y que cada uno vuelva a su secta. Desde hace tiempo en España todo el mundo ha montado la suya, que consiste en estar de campaña de uno mismo permanentemente. Y si esto fuese Estados Unidos donde, dicho de carrerilla, desgrava, lo entendería. Pero aquí se hace por amor al arte, que desde hace un par de lustros consiste llanamente en el amor a uno mismo. Como quien antes aspiraba a comprarse un coche, ahora aspira cada uno a tener su propia secta con sus correligionarios detrás. Están los de la bici, los corredores, los de los coches, los de lo ‘healthy’, los que ven retrógrado que los cristianos ayunen los viernes, pero no el suyo porque es intermitente. Los de ‘Mongolia’ que exigen un humor a sus lectores que más que humor o parodia es aversión a unas pocas cosas y el que no comulga, bloqueado. Los lectores, los lectores de cosas muy concretas a los que les sienta como una hemorroide que alguien todavía lea novela y no únicamente ensayo, biografías y otros géneros y al revés. Después están los que sólo han leído a Umbral, los de Pla… Los que no han terminado un libro en su vida, pero están todo el día haciéndote recomendaciones. Los de Sorrentino, los de Berlanga, los que consideran que más allá de Billy Wilder no merece la pena nada. También están los nacionalistas -pero estos no quieren hablar de otra cosa porque ya no se acuerdan de que hay vida más allá de las fronteras imaginarias que se han montado y que han levantado a base de pelas-, los sanchistas, los aznaristas -porque casadistas no existen- los del 78, los de Pablo Iglesias -que alguno queda-, los de Vox. En general todos esos tipos que te dicen: «yo soy de…..» -ponga la palabra que quiera-, antes siquiera de darte los buenos días. C. Tangana, Rosalía, Wagner, qué más da. Y sus conversaciones, en persona y por ‘Twitter’ son monotemáticas; casi, diríase, obsesivas. Cada secta tiene su jefecillo de referencia, que suele ser un tipo idolatrado entre el disimulo y la envidia que es al que cada uno busca suplantar. Y ahora que ya hemos conseguido ser todos iguales, tipos prêt-à-porter, que visten y comen lo mismo porque se han democratizado hasta las Estrellas Michelin, empieza lo jodido, que es que cada uno quiere llamar la atención. Esa necesidad olvidada del ser humano de saberse trascendente y que ahora acallan cada uno con su secta y haciendo la Yihad, que consiste en suplantar a Dios por un cachopo, o una cerveza artesanal.
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