domingo, 28 de octubre de 2018

Elogio de la crispación

Un posible resumen del resumen de lo que ha pasado en la vida política española esta semana podría formularse así: El PP, con Pablo Casado a la cabeza, ha resucitado lo que en otro tiempo dimos en llamar «política de la crispación» y el PSOE, feliz como unas castañuelas, lo ha celebrado como si fuera el suicidio de su adversario. Al declarar rotas sus relaciones con él, Sánchez cree que clavetea el ataúd del nuevo líder de la oposición y lo envía a la fosa de un extremismo antipático, incompatible con el éxito electoral. En mi opinión, Casado acierta y Sánchez se equivoca. En gran parte, esta película ya la hemos visto. Tras las elecciones de 2008, los cabezas de huevo de la izquierda se quedaron muy sorprendidos por el hecho de que Zapatero no alcanzara la mayoría absoluta y se pusieron a investigar el porqué. Un estudio post electoral de la Fundación Alternativas, el «think tank» del PSOE, concluyó que la estrategia de la crispación del PP les había privado de una parte del voto de centro del que disponían al principio de la legislatura y había modificado el perfil de su electorado: «El discurso territorial del PP parece haber calado, provocando algún trasvase de votos desde el PSOE. Si Zapatero consiguió repetir la victoria fue gracias a los apoyos de los votantes nacionalistas y a la movilización de la izquierda». «El discurso territorial del PP parece haber calado» Sin embargo, los analistas del PP no llegaron a las mismas conclusiones. Creyeron que la política de crispación les había hecho parecer carcas, y que defender convicciones firmes era un lastre para alcanzar la necesaria neutralidad moral que exigen las mayorías de gobierno. En el Congreso de Valencia, Rajoy convenció a los suyos de que, para ensanchar su base electoral, corregir la percepción extremista que padecían y fortalecer su presencia en Cataluña y en el País Vasco necesitaban remolonear en torno a un vago centrismo vacío de convicciones donde sacar el mayor provecho de las cosas. Luego, la victoria electoral de 2011 les hizo creer que esa estrategia de vaciedad política había sido un éxito en toda regla. No entendieron que se había producido por el suicidio del PSOE: el manejo que Zapatero hizo de la crisis y su errática política territorial dejó en casa a buena parte de su electorado. El PP, más que otra cosa, ganó por incomparecencia del adversario. Pero Rajoy prefirió atribuirle el éxito a su nueva política de la nada y se dispuso a perpetuarla. Las consecuencias del disparate resultaron funestas. Poco a poco, sus votantes dejaron de sentirse representados por esa apuesta política desvalorizada y anómica. Algunos pocos buscaron refugio en Vox, otros se fueron a la abstención y muchos se pasaron a Ciudadanos. La descapitalización electoral del PP entró en un proceso difícilmente reversible. Así las cosas había pocas dudas de que la primera tarea de Casado consistía en devolver a su partido a posiciones reconocibles, formulando propuestas capaces de recuperar las convicciones y los principios que su antecesor había mandado al baúl de los despropósitos. En ese sentido, su intervención en la sesión de control al Gobierno del pasado miércoles supuso un paso decisivo. «Pincho de tortilla y caña a que nada será igual, desde ahora, en la bancada de los populares» Pincho de tortilla y caña a que nada será igual, desde ahora, en la bancada de los populares. Lo malo para ellos no es que el PSOE quiera identificar su vuelta a la firmeza con los ladridos del dóberman, sino que hoy por hoy, a diferencia de lo que sucedía en 2008, el trasvase de votos que provoca la tibieza del discurso nacional del PSOE a quien más parece beneficiar es a Ciudadanos. El único dato interesante del último CIS que dirige José Félix Tezanos -encuesta tramposa hasta lo delictivo- es el que hace referencia al duelo establecido entre los dos candidatos que pugnan por hacerse con la hegemonía del centro derecha. Podría ocurrir que Pablo Casado, al agitar el árbol de la colaboración de Pedro Sánchez con los golpistas catalanes -más evidente que nunca tras la posibilidad de que la Abogacía del Estado no acusará a los políticos presos de rebelión-, estuviera llenando de nueces las alforjas de Albert Rivera. De haber alguna, esa sería, a mi juicio, la única contraindicación de la estrategia paulista.

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